Introducción

Abordaré la pregunta por el ejercicio del poder femenino, ¿Cuál es el diálogo, la treta, el lenguaje sobre el cuál construir una praxis política femenina que nos empodere? ¿Tiene sexo/género el poder? Para desarrollar esta reflexión situaré mi análisis/testimonio en una experiencia de gobierno local en la Región Metropolitana, desarrollado durante el primer año de gestión municipal durante el año 2009. El gobierno local recién asumido está conformado por un Alcalde y un concejo municipal integrado por cuatro hombres y dos mujeres. Es importante señalar la conformación de este gobierno local, cuyo Alcalde como cuatro de los seis concejales pertenecen o pertenecían a la coalición de la Concertación, principalmente al partido Demócrata Cristiano, de cuyas filas surge el actual Alcalde. Luego de su alejamiento de dicho partido, la primera autoridad comunal se identifica en forma esporádica con distinto actores políticos durante las elecciones presidenciales recién pasadas (2009), entregando erráticos apoyos a Alejandro Navarro primero, Marco Enríquez Ominami luego, ambos pertenecientes a sectores del llamado "progresismo chileno". En segunda vuelta entrega un tibio apoyo a la candidatura concertacionista representada por el candidato Demócrata Cristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

 

Este análisis se sitúa en un espacio micro político, reflejo indesmentible aunque no totalizable del estado de la situación de las mujeres respecto al ejercicio del poder en un escenario lleno de discursos sobre equidad y políticas públicas con perspectiva de género. No buscamos idealizar, ni esencializar, ni homogeneizar unas prácticas políticas femeninas, sino más bien poner en discusión y visibilizar un complejo entramado, en el cuál la sobrevivencia para las mujeres en espacios de poder eminentemente masculinos tiene costos muchas veces invisibilizados y amparados por  nuestro propio silencio.

 

Escribir desde una experiencia local nos permite reflexionar y cuestionar nuestras propias prácticas, mirarnos para situarnos 1 en este micro escenario, como espacio que se encuentra transversalmente permeado por  discursos, instituciones, historias, culturas,  como un retazo del tejido  amplio que es nuestro país y nuestra  sociedad.  Buscamos narrarnos, para no desaparecer, pero buscamos también, desde esta particularidad, anudarnos a las cientos de otras praxis femeninas perdidas en la fragmentación post moderna y lo hacemos a través de este intento por articular la teoría con la práctica.  

 

Una jefatura y  equipo femenino, trabajando por su propio empoderamiento 2 y el de las mujeres de la comunidad, al tiempo que sus pares y superiores jerárquicos, casi en su totalidad hombres, reafirman y despliegan las reglas de la homosociabilidad de los iguales. Al decir de Butler (1990), configuración de una comunidad masculina, heterosexual, en cuyo juego identificatorio se reafirma la superioridad masculina.

 

Como escenario macro político en el desarrollo de este caso, la primera magistratura es ocupada desde hace tres años por Michelle Bachelet Jeria (Marzo 2006- Marzo 2010), única mujer Presidenta de nuestra historia. Su triunfo en las elecciones presidenciales tuvo un importante valor simbólico para muchas chilenas quienes el día de la celebración de su triunfo portaron por cientos la banda presidencial: investidura de poder y  autoridad, por un momento desacralizado, circulante, masificado, pero sobretodo horizonte inconsciente y consciente de un anhelo de reivindicación.

 

Utopía de cambio, como señala Carol Pateman: "Hoy día, una mujer excepcional puede llegar a ser primera ministra, pero este logro particular no altera en absoluto la estructura de la vida de las mujeres que no son excepcionales, es decir, de las mujeres como categoría social" (1990:7-28). Efectivamente, ni una primera magistratura, ni una ley de cuotas garantiza por sí misma una transformación en la situación de discriminación de las mujeres. Para que la integración no devenga subordinación se requiere un movimiento múltiple; distribución más equitativa de los bienes materiales y de los activos simbólicos, como también una mayor participación deliberativa en el mundo público, así como normas e instituciones que encarnen esta integración desde un lugar no hegemónico. (Hopenhayn, 2005)

 

Múltiples son las producciones respecto a dar cuenta de la escasa participación de las mujeres en la política, en cargos de representación popular, en puestos estratégicos en la toma de decisiones, en altos puestos directivos. En Chile, la lucha por la participación política y los derechos de las mujeres fueron insistentemente invocados y encarnados por Julieta Kirkwood, teórica y militante del feminismo chileno en la década de los 80, durante la dictadura militar: "la democracia no va si las mujeres no están", "democracia en el país y en la casa", fueron algunas de las consignas y luchas del movimiento feminista de entonces. Las discusiones en su interior se libraban entre las que creían que debían sumarse a las luchas por la democracia en contra de la dictadura militar, postergando las particulares demandas de las mujeres, o al revés, quienes comprendían que estas demandas formaban y forman parte irreductible de la idea de democracia: una que hasta ahora se ha construido ignorando la situación de discriminación que viven las mujeres como si fueran ámbitos excluyentes al ejercicio democrático.

 

En la actualidad, la importancia de la participación política de las mujeres en cambio ha sido fuertemente invocada por publicistas, ideólogos y operadores de nuestra democracia. Nunca como hoy es tan importante el voto de las mujeres: cosificado en los estudios de mercado, las estadísticas pre eleccionarias, las estrategias y en los discursos electorales. Desde aquella década hasta ahora, podemos decir que el retorno a la democracia no solo fue un pacto para la mantención de las estructuras sociales y económicas del libre mercado, sino además, la transición, fue "una re-distribución consensuada del poder político entre los varones". (Fries, 2009: 1)

 

Poco hemos avanzado en la lucha por lograr que la mitad del mundo se encuentre representada allí donde se toman las decisiones. Chile ostenta el lugar 80 en materias de paridad de género según la Unión Interparlamentaria (2010), muy por debajo de países como Argentina que se ubica en el lugar número 12 a nivel mundial, cuarto en América Latina, país que cuenta con una Ley de Cuotas de Género desde 1990. En la misma dirección, el Informe de Desarrollo Humano del PNUD recientemente dado a conocer, al respecto señala: "Hay un leve aumento del porcentaje de mujeres ocupando puestos de poder en los distintos ámbitos de la toma de decisiones. Aún así, es en este ámbito donde los cambios parecen más parsimoniosos." (PNUD, 2010: 290)

 

Una mirada más allá del ejercicio del poder y participación en la toma de decisiones de las mujeres nos lo entrega el Foro Económico Mundial (2009: 84) indicando que Chile se encuentra en el lugar 64 de equidad de género durante el 2009 (entre 130 países), registrándose una leve mejora desde el año 2007, donde Chile aparece en el puesto número 86 del ranking. Estos índices han colocado a Chile entre los países de la región con mayor brecha de género.

 

El gabinete paritario del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet fue un claro avance en esta materia, dejando una señal indiscutible de la necesaria voluntad y convicción de su importancia para el igualitario acceso de las mujeres en espacios de poder político. A pesar del camino trazado, éste no fue suficiente. Durante el 2007 y en búsqueda de dar un paso adelante en la consolidación del camino avanzado, presenta un proyecto de ley que intenta generar las condiciones de posibilidad para la participación política de las mujeres, proyecto que sin embargo fracasó en manos de un poder legislativo mayoritariamente masculino. A poco andar, el gabinete paritario y una posible ley de cuotas se desvaneció, como también la posibilidad de instalar el debate en el país o como demanda en el horizonte de lucha de un inexistente movimiento feminista.

 

La percepción de las protagonistas y de actores políticos relevantes de gobierno y oposición indica que la paridad fue fuertemente resistida por las elites en un comienzo, para terminar siendo valorada y reconocida por vastos sectores al final del período. Sin embargo, hoy no existe acuerdo de impulsar políticas de acción afirmativa. Muchos miembros de la elite, tanto hombres como mujeres, se oponen a la implementación de este tipo de medidas.  (PNUD, 2010: 284)         

 

Si Chile desea corregir este vergonzoso bajo nivel de representación femenina en su Parlamento nacional, sería sabio adoptar una legislación que entregara un porcentaje mínimo de mujeres en las listas de partidos, listas cerradas con mandato de designación, y distritos con escaños múltiples suficientemente grandes como para que la magnitud de partido sea como mínimo dos o tres en promedio. (Ríos Tobar, 2008: 217)

 

Pareciera ser que hubo un momento en el que nuestra sociedad estuvo más abierta a  la inclusión de las mujeres en estos espacios, por lo menos así lo indica la  encuesta efectuada por el Servicio Nacional de la Mujer, SERNAM, "Estudio de Opinión Pública: Paridad, Medidas de Acción Afirmativa, Mujer y Política" 3, sin embargo, el estancamiento en esta materia al parece se encuentra en prácticas más bien silenciadas, dobles discursos, prácticas conscientes e inconscientes que dificultan la emergencia de las mujeres como líderes con capacidad de empoderamiento. Mientras la opinión pública se vuelve permeable a estas temáticas, una encuesta realizada por la Corporación Humanas en el año 2006 a 120 diputados un 50,8% se opone a legislar sobre las cuotas de género.

 

¿Desde dónde situarnos?

 

Como señala Donna Haraway: La única manera de encontrar una visión más amplia es estar en algún sitio en particular. La cuestión de la ciencia en el feminismo trata de la objetividad como racionalidad posicionada. Sus imágenes no son producto de la huida y de la trascendencia de los límites de la visión desde arriba, sino la conjunción de visiones parciales y voces titubeantes en una posición de sujeto colectivo que prometa una visión de las maneras de lograr una continua encarnación finita, de vivir dentro de los límites y contradicciones, de visiones desde algún lugar. (Haraway, 1995: 339)

 

Ese lugar desde donde buscamos generar conocimiento y crítica situada, es el gobierno local, espacio que puede ser pensado como paradoja, en tanto ha cobrado gran relevancia justamente por el universo de posibilidades que se les confiere en el agenciamiento de las políticas públicas, por ser espacio de cierta libertad de movimiento, pero también por ser un lugar material y simbólico donde con fuerza se pueden instituir y reproducir desigualdades y  violencias. Si bien estos pueden abrir oportunidades a la base social para expresar sus demandas y a la autoridad pública para diseñar acciones de acuerdo a éstas, también pueden ser pensados desde lo singular de las múltiples relaciones que definen su accionar en torno al binomio incluir/excluir, lógica binaria del poder patriarcal. Por supuesto que la complejidad de sus estrategias políticas no se reducen exclusivamente a su relación con lo femenino.

 

La voluntad política de un gobierno local respecto a impulsar políticas en beneficio de las mujeres, que es la materia que nos convoca, requiere una doble participación: Por un lado, de las mujeres de la comunidad y por otro de mujeres participando en la ejecución de dichas políticas públicas, ambas avanzando hacia su propio empoderamiento, sin embargo las discusiones y malestares que comienzan a surgir en el país, aparecen aún como ecos lejanos de discursos vacíos:

 

Una conclusión preocupante es que siendo el municipio la instancia de representación y gobierno más próximo a la ciudadanía, vinculada a los asuntos de la vida social cotidiana, paradójicamente no ha facilitado el acceso de las mujeres a los cargos de representación municipal. Los gobiernos locales latinoamericanos carecen de pluralidad de género, puesto que son mayoritariamente encabezados por hombres. Claramente no se verifica una correlación positiva entre mayor cercanía y mayor participación de las mujeres en los cargos de representación y dirección o gerencia. (Massolo, 2007: 101)

 

La promoción de la equidad de género, requiere ante todo voluntad política. A demás de una firme convicción de parte de la autoridad comunal, es necesario contar con personal capacitado que incorpore a sus funciones políticas, de planificación presupuestaria y organización, esta perspectiva. Por cierto este proceso no escapa a las dificultades y resistencias que se generan en amplios sectores de la población. En esta línea, un esfuerzo fundamental se comenzó a incorporar el año 2002 en Chile con la creación del enfoque de género a los instrumentos de gestión del Estado. Se inició así el Sistema de Equidad de Género como parte del Programa de Mejoramiento de la Gestión (PMG) en los organismos públicos, incluyendo por supuesto a los municipios.

 

Un informe publicado por Naciones Unidas-Hábitat (UN-HABITAT, 2008) sobre la incorporación de las políticas de género en los gobiernos locales, da cuenta de alguna de las falencias y las maneras de superar las dificultades que se presentan en su implementación. Algunas de las sugerencias para incorporar eficazmente las cuestiones de género son: liderazgo, análisis claros, compromisos políticos con las estructuras de organización, recursos presupuestarios, y personal comprometido y capacitado en temáticas de género, y seguimiento. En definitiva, podemos decir que este es un proyecto político a largo plazo que requiere continuidad en el tiempo.  

 

¿Tiene sexo/género/deseo el ejercicio del poder? 

 

La pregunta por el ejercicio del poder para las mujeres es antigua y por cierto que el acceso a él, aunque limitado, es algo más bien nuevo. Lo entendemos anudado al deseo en la medida que para las mujeres requiere conquistar para sí un lugar al que no le es permitido ingresar sino es con las condiciones y reglas establecidas: es decir el no poder. Para subvertir esa posición se requiere el deseo de ingresar en la dialéctica del poder - resistencia. Como plantea Foucault (1976) en su texto La Historia de la Sexualidad, la voluntad de saber nos plantea la imposibilidad de la existencia de uno sin el otro: Allí dónde hay poder queriendo someter, hay resistencia o al menos un germen de ella, una posibilidad de esperanza.

 

Hoy por hoy, preguntarnos por el ejercicio del poder, nos enfrenta a las complejidades de las prácticas individuales, lejos de los referentes del activismo, de los movimientos y militantes de otrora: con la llegada a la democracia, los movimientos y organizaciones de mujeres o desaparecieron o permanecieron invisibilizados tras la nueva institucionalidad, los estudios y las ONGs. Como plantea Diana Maffia (2008)  Doctora en Filosofía y Diputada de la ciudad de Buenos Aires en relación a ocupar un cargo de poder en diversidad de situaciones, desde una visión individualista, para transformarse ella misma, para ser como otros en el ejercicio del poder masculino, o para representar a un conjunto importante de las mujeres de una determinada sociedad y luchar por lograr transformaciones que las beneficien a todas.

 

Julieta Kirkwood (1983: 177) reflexionaba respecto al "nudo del poder", a la praxis política de las mujeres, señalando que; "en tanto proceso y proyecto, debiera ser el acto de "negación" permanente  de aquello que se interpone a su liberación: negación de los mecanismos que reproducen su alienación y, al mismo tiempo, negación de todo aquello que constituyó el origen o génesis de la subordinación genérica de la mujer". En este sentido, la relación de las feministas con los partidos políticos y en general con el poder, ha implicado muchas veces un funcionamiento que rechaza las organizaciones jerarquizadas, puesto que "reproducen esquemas de poder que terminan en la consolidación de aparatos burocráticos dominantes y a las mujeres les ha sido muy difícil plantear sus problemas en tal situación" (Astelarra, 2003: 49). La autora señala además que buscar mecanismos de legitimación para las mujeres que ejercen algún liderazgo político implica un doble trabajo, pues el poder no estaría conferido por el acceso y control de  información o aparatos, como en el caso masculino.

 

Incluso para quien inviste el "máximo" "poder", aunque represente a las instituciones del Estado, si es una mujer, éste parece ser ejercido en el margen y la fragilidad: hace poco asistimos a toda clase de análisis/construcción de un estereotipo del estilo de liderazgo que suele atribuirse a las mujeres: participativo, horizontal y democrático. El llamado sello del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet-  a propósito del video y el proceder de  ésta en la ONEMI, la madrugada del 27 de Febrero después del terremoto que azotó a nuestro país- se desmoronó en pocas horas y varias columnas de opinión.

 

El hasta entonces reconocido estilo de la presidenta, tan cuestionado en los inicios de su gobierno, incluso por los propios miembros de la coalición gobernante, había logrado legitimarse, al menos en lo que respecta al importante apoyo ciudadano que las encuestas le otorgaban (CEP, 2009) 4 . Si bien éste parece no haber mermado luego del terremoto, como señalan encuestas, la voz que circuló a través de diversos medios de comunicación, respecto a esa madrugada,  fue cuestionar la real capacidad/incapacidad de la presidenta para tomar decisiones, para imponer su autoridad frente a otros mandos, como por ejemplo las Fuerzas Armadas. De analistas a adversarios políticos la  frase en boga fue la falta de liderazgo. El poder, para que sea efectivo requiere de una mano firme que lo ejerza. En ese momento de crisis, todos invocaron el poder del pater.

 

Ingenuas y resentidos

 

Poder femenino, la mayoría de la veces recluido al espacio de los afectos, al mundo privado, ahí donde la mujer puede desplegar sus dones de buena madre y esposa. Cuando ejercemos la profesión, desplegamos un espacio imaginario doméstico donde mostrar nuestras aptitudes de buenas cuidadoras: enfermeras, asistentes sociales, profesoras, psicólogas, parvularias, etc. Pues bien, desde este lugar de construcción de nuestra subjetividad y ética del cuidado tan desvalorizada en nuestra sociedad, es desde dónde desplegamos nuestra voluntad de empoderamiento, donde se anuda el deseo/trabajo/ a lo ético y político de  una militancia sin partido.

 

La praxis de la que este trabajo da cuenta, es la de un equipo profesional conformado por mujeres, a cargo de un espacio de participación comunitaria fundamentalmente femenino. En un primer momento, puesto que se enfocaba exclusivamente a este público, en un segundo momento, puesto que a pesar del mandato de la autoridad local para incorporar hombres y niños, son las mujeres las que tiene mayor participación comunitaria.

 

Desde la convicción de la necesaria incorporación de la políticas de género en los gobiernos locales, fundamentalmente a través de la creación de espacios donde sea posible el   desarrollo y articulación de las demandas particulares de éstas, el equipo se instala con una propuesta ante el mandato de la nueva administración, la que buscando diferenciarse de la anterior, exige un giro al foco de atención de la unidad en cuestión. Se  plantea así la necesidad de apertura a otro público más allá de las mujeres: La Familia. A pesar de la conservadora manera de mirar a las mujeres como parte exclusiva de la institución familiar, único lugar posible para su desarrollo, la propuesta que el equipo instaló frente a esta cuestión semántica, pero de gran valor simbólico, fue la de cuestionar y reflexionar justamente sobre los roles instituidos en ésta, el liderazgo político y social de las mujeres, la necesidad de capacitación e integración laboral de las mujeres, derechos cívicos, sexuales, reproductivos y a una vida sin violencia. Participación ciudadana, autocuidado en espacios de encuentro que generan vínculos y redes que muchas veces trascienden el espacio institucional que las convoca.

 

El quehacer profesional del equipo y sus convicciones ideológicas respecto de la situación de las mujeres, buscó encauzar el trabajo con fuerte énfasis en lo comunitario, el empoderamiento femenino y la democratización de los espacios de convivencia interna y para con las mujeres participantes en las intervenciones. El buen trato, la transparencia y la horizontalidad en la toma de decisiones fue el estilo de liderazgo que  construía un equipo cohesionado, fuerte y autónomo, capaz de poner en el centro de la reflexión permanentemente el propio quehacer, pero cuyo principal punto ciego se encontraba en el espacio  político mayoritariamente masculino en torno al cual se anudaba nuestra implicancia  institucional, ¿hasta dónde estábamos dispuesta a tranzar-nos por el deseo de los otros?

 

La performance y doble discurso de la institucionalidad planteaba las problemáticas femeninas como de interés central, al tiempo que iríamos develando un actuar solapado y boicoteador del trabajo del equipo. Aquella conducta se iría materializando en la reducción de presupuestos al área, en la falta de personal calificado y no calificado (a pesar de las continuas solicitudes), en la ausencia de autoridades en las actividades programadas, conflictos declarados como tal por el "molesto" liderazgo encarnado por  la jefa del área con otros jefes de la institución, en definitiva por un aislamiento de las discusiones relevantes en materia de políticas institucionales, nula participación en espacios formales de discusión. No olvidemos que las decisiones, en ciertas culturas institucionales, y ésta era una de esas, muchas veces se toman en espacios en los que no participan las mujeres debido a las labores domésticas y el cuidado de los hijos/as, es decir fuera de los horarios y espacios de trabajo, encuentros informales dónde se construyen las alianzas que circulan latentes. La sospecha se instala sobre este grupo de mujeres.

 

El trabajo de un año con grupos de mujeres de la comunidad se fue desvaneciendo. ¿Cómo visibilizarnos? Fue la pregunta transversal del equipo. Visibilizarnos eufemismo para decir legitimarnos, empoderarnos, pero no frente a la comunidad de mujeres con las que trabajamos - por cierto que también-, pero sobretodo dejar de ocupar el lugar de las "idénticas" que no pueden ni tienen nada que decir, más que "cosas de mujeres". Las intervenciones realizadas con las mujeres en búsqueda de su empoderamiento, quedaron convertidas en anécdotas sin  trascendencia. Principio de indiscernibilidad del trabajo femenino puertas adentro y puertas afuera, aquello que no se ve, lo que los relatos y la historia callan (Amorós,  1990).

 

Hablar de visibilizarnos, instala irremediablemente la constatación de un hecho: se nos había ignorado en los ámbitos de la formalidad y pertenencia institucional, a la vez que se nos fue  situando en el centro de  conversaciones de pasillos y de reuniones a expensas del equipo.  Se nos excluyó y convirtió en las "otras".

 

El espacio que en corto tiempo logramos construir trabajando con grupos de mujeres de la comunidad, se convirtió en lugar de disputa latente que perseguía instrumentalizar a las mujeres participantes, sobre todo por pugnas entre concejales y sus tempranas aspiraciones de convertirse en futuros candidatos-recién asumidos y las alianzas estratégicas que crean con equipos y personal con quiénes buscan generar lazos de lealtad. Lealtad que ocupa un segundo lugar para con el Alcalde y un difuso lugar para con la comunidad para quién se trabaja. En este contexto, un grupo de mujeres ni dependientes ni sumisas se convirtieron en una amenaza no domesticable a los deseos nunca expresados -más que por canales informales- herida narcisista al ego que el poder del cargo les confiere.

 

Si las relaciones laborales no bastan para el ejercicio profesional en espacios altamente politizados, lo que incomodó a esta comunidad masculina fue la irrupción, fuera del pacto concertado entre los "iguales", de un grupo de mujeres que aún cuando creían tener delegada una cuota de éste, se desenvolvían generando resistencias, buscando puntos de fuga, levantando propuestas alternativas, pero aún ingenuas- ciegas frente al accionar de sus "pares" (si es que tenemos la irreverencia de llamarnos de este modo).  Ellos son  quienes  mantienen y protegen los  lazos de reciprocidad propios del saberse sujetos de  poder o susceptibles de ejercerlo en el espacio público, espacio de los iguales (que no quiere decir espacio igualitario) miembros del pacto patriarcal, lo que les permite la circulación del ejercicio del poder, el que por supuesto también discrimina y jerarquiza en su interior (Amorós, 1990).

 

Las mujeres participan poco de la política, en parte porque no nos interesa, porque ese espacio ha sido desde siempre lugar de unas prácticas patriarcales en todas sus dimensiones, pero también, porque para ingresar a él como mujeres en espacios clausurados, muchas veces se debe pagar un costo. Se ha requerido más de una delegación de poder, de algún padre en nombre del cual ejercer el cargo. Ingresar a los círculos de poder, desde la experiencia que este testimonio presenta, significaba una renuncia, un vestirse el ropaje de débil, de mujer que requiere protección, ingresar a los juegos de seducción, para ser seducida por el no saber ni querer poder. La mascarada, entendida como la transacción en la que las mujeres renuncian a su propio deseo para convertirse en el deseo del otro -hombre- y así ocupar un espacio en la economía dominante como lo entiende Irigaray (1977) o como plantea Joan Riviere (1929), en el sentido de aquella mujer que desea ocupar el lugar de lo masculino, ser parte del discurso público, "tener el falo", ser sujeto y no objeto de intercambio, pero que teme ser castigada por sus deseos. 

 

Las mujeres aceptamos, primero, no luchar nunca por el poder, despreciarlo. Segundo, aceptamos organizar, plantear y producir las luchas por algo: la maternidad en función de la salud, de los hijos, el trabajo, para los compañeros, etc., no como una lucha para adquirir, re-in-tegrar-nos,  hacer nuestro el ejercicio de esos derechos para nosotras. (Kirkwood, 1986:200)

 

Se podrán argumentar muchas otras dimensiones de diversa índole para analizar el fracaso de una propuesta de trabajo en la que se conjugó el deseo de construir y desplegar posibilidades distintas a la instrumentalización, infantilización y clientelismo con el cual muchas veces los gobiernos locales trazan vínculos perversos con las mujeres. Sin embargo, el futuro de esta propuesta se transó en el escenario invisible de la descalificación y el juego de la pertenencia- no pertenencia. Se transó en un espacio que no supimos leer con suficiente certeza puesto que nunca fue el terreno del quehacer formal del trabajo. "Lo personal es político", y para que esto se convirtiera en algo personal, solo bastaba tener la sustancia misma, la impronta femenina/terror al feminismo.

 

Las mujeres siempre somos ejemplificaciones irrelevantes de la feminidad o de lo femenino, como ocurre siempre en un colectivo donde no se juega lo importante, donde no se juega lo prestigioso y en donde no se juega en definitiva el poder. (Amorós, 1988: 25) 

 

Conclusión

 

Si bien el discurso social políticamente correcto expresa permanentemente el ideal y el valor de la igualdad y la equidad, asistimos recurrentemente a distintas formas de violencia de género que están presentes de modo transversal en la sociedad en una variedad de inscripciones concretas y simbólicas de las cuáles no siempre somos conscientes ni capaces de ver, en la medida que también se nos coloniza y seduce: a veces naturalizamos y explicamos los hechos con temor de ser acusadas de histéricas y/o sentimentales. Asistimos a una arista en materia de equidad que genera muchas resistencias: El poder. Temor a delegarlo, temor a perderlo. De alguna forma su democrática circulación por y para todos/as, implicaría el riesgo de modificar todas aquellas injusticias que la agenda femenina podría poner sobre la mesa. Tener el poder para cuestionar las injusticias y hablar por las necesidades femeninas o de otros/otras discriminados/as. El temor a las cuotas de género y los argumentos meritocráticos o darwinianos (sobrevivencia del más fuerte) en contra de esta acción afirmativa deja entre ver una resistencia distinta, algo más está en juego.

 

Habitamos los espacios del poder y la política, sin un adentro ni afuera, más bien transitamos por intersticios, rendijas, juegos donde algo se nos va. Desde lo institucional o desde lo personal/corporal, siempre está lo político, como lugar problematizable y actuable, ya sea como transgresión o resistencia a la docilización de nuestro deseo.

 

Queremos saber y queremos poder. Desterritorializar, visibilizar, criticar, subvertir, desenmascarar. Esta apuesta ética de la pulsión que nos moviliza desde nuestro lugar de mujeres requiere una estrategia, un asidero donde multiplicar su ejercicio, múltiples espejos capaces de hacer de la praxis aislada de la profesión una militancia, donde teoría y práctica sean parte del proceso dialéctico de construcción y deconstrucción de nuevas formas de querer saber y querer poder:

 

La treta (otra típica táctica del débil) consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado, se cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él. Como si una madre o ama de casa dijera: acepto mi lugar pero hago política o ciencia en tanto madre o ama de casa. Siempre es posible tomar un espacio desde donde se puede practicar lo vedado en otros; siempre es posible anexar otros campos e instaurar otras territorialidades. (Ludmer, 1985: 53)

 

Si bien el discurso social políticamente correcto expresa permanentemente el ideal y el valor de la igualdad y la equidad, asistimos recurrentemente a distintas formas de violencia de género que están presentes de modo transversal en la sociedad en una variedad de inscripciones concretas y simbólicas de las cuáles no siempre somos conscientes ni capaces de ver, en la medida que también se nos coloniza y seduce: a veces naturalizamos y explicamos los hechos con temor de ser acusadas de histéricas y/o sentimentales. Asistimos a una arista en materia de equidad que genera muchas resistencias: El poder. Temor a delegarlo, temor a perderlo. De alguna forma su democrática circulación por y para todos/as, implicaría el riesgo de modificar todas aquellas injusticias que la agenda femenina podría poner sobre la mesa. Tener el poder para cuestionar las injusticias y hablar por las necesidades femeninas o de otros/otras discriminados/as. El temor a las cuotas de género y los argumentos meritocráticos o darwinianos (sobrevivencia del más fuerte) en contra de esta acción afirmativa deja entre ver una resistencia distinta, algo más está en juego.

 

Habitamos los espacios del poder y la política, sin un adentro ni afuera, más bien transitamos por intersticios, rendijas, juegos donde algo se nos va. Desde lo institucional o desde lo personal/corporal, siempre está lo político, como lugar problematizable y actuable, ya sea como transgresión o resistencia a la docilización de nuestro deseo.

 

Queremos saber y queremos poder. Desterritorializar, visibilizar, criticar, subvertir, desenmascarar. Esta apuesta ética de la pulsión que nos moviliza desde nuestro lugar de mujeres requiere una estrategia, un asidero donde multiplicar su ejercicio, múltiples espejos capaces de hacer de la praxis aislada de la profesión una militancia, donde teoría y práctica sean parte del proceso dialéctico de construcción y deconstrucción de nuevas formas de querer saber y querer poder:

 

La treta (otra típica táctica del débil) consiste en que, desde el lugar asignado y aceptado, se cambia no sólo el sentido de ese lugar sino el sentido mismo de lo que se instaura en él. Como si una madre o ama de casa dijera: acepto mi lugar pero hago política o ciencia en tanto madre o ama de casa. Siempre es posible tomar un espacio desde donde se puede practicar lo vedado en otros; siempre es posible anexar otros campos e instaurar otras territorialidades. (Ludmer, 1985: 53)

 

Notas

 

 (1) Recojo el planteamiento Donna J. Haraway en su libro Ciencia Cyborgs y mujeres: la reinvención de la naturaleza (1995) , respecto al conocimiento situado. Allí plantea: "lucho a favor de políticas y epistemologías de la localización, del posicionamiento y de la situación, en las que la parcialidad y no la universalidad es la condición para que sean oídas las pretensiones de lograr un conocimiento racional. Se trata de las pretensiones de la vida de la gente, de la visión de  un cuerpo, siempre un cuerpo complejo, contradictorio, estructurante y estructurado, contra la visión desde arriba, de ninguna parte, de la simpleza" p. 335. Ediciones Cátedra.  

 

 (2) Beatriz Martínez Corona (2000) define el empoderamiento como el proceso de adquirir control sobre uno mismo, sobre la ideología y los recursos que determinan el poder, derivado de la palabra inglesa empowerment, cuyo equivalente en español podría ser fortalecimiento, adquisición de poder, este término desarrollado a partir de las teorías de Freire (1975) que formulan que a través del proceso de concientización, la población puede transformar las estructuras de poder, así como adquirir mayor control sobre sus vidas. Género Empoderamiento y sustentabilidad. México: Gimptrap 

 

 (3) Estudio realizado por SERNAM durante los años 2006 y 2007.  

 

 (4) El estudio nacional de opinión pública, efectuado por el Centro de Estudios Públicos (CEP) durante Octubre del 2009, a solo meses de las elecciones presidenciales, le entrega a la Presidenta Michelle Bachelet un 78% de Aprobación.   

 

Referencias Bibliograficas

 

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