Introduccion

 

Este artículo analiza discursivamente cuatro textos que se centran en un período histórico particular, el centenario chileno, situados cronológicamente entre los años 1900 y 1910. Estos son: Discurso sobre la crisis moral de la república de Enrique Mac-Iver (1900), Alejamiento de las clases sociales de Alejandro Venegas (1910), El balance del siglo: Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana de Luis Emilio Recabarren (1910), además de la Editorial del diario El Mercurio del año 1910.

 

Este artículo pretende observar y analizar la producción de estos discursos, tanto textual como contextualmente, cruzados por el proyecto de la modernidad, consecuentemente se revisará el proceso de modernización y la noción de progreso ligada a ambos. Cada texto es entendido como un análisis crítico de su época y, de alguna forma, como el reflejo de alguno de los paradigmas del discurso moderno, filosófico e ilustrado. Debido a esto, este artículo buscar señalar directamente bajo qué preceptos modernos se centran las visiones y las críticas de estos autores, cuáles son los preceptos morales, materiales, espirituales o sociales que rescatan y enfatizan dentro de sus visiones respecto al presente y el futuro del país.

 

El contexto histórico del centenario

 

Al pensar históricamente el centenario chileno hay que considerar una serie de factores históricos previos que lo condicionan1 . El principal motor que explica, tanto las cuestiones de orden económico como social de aquella época, está dado por lo que sucede después de la guerra del pacífico, momento en el cual Chile anexa los territorios del norte, pertenecientes antes a Perú y Bolivia, territorios que albergan las riquezas del salitre. La explotación de este material por medio de capitales extranjeros, en su mayoría ingleses, representa uno de los momentos de mayor bonanza económica dentro de la historia nacional. A través del impuesto a la explotación del llamado "oro blanco", las arcas del Estado se acrecentaron de tal manera que se pudieron llevar a cabo una serie de obras públicas como también privadas, que se traducen en avances tecnológicos, técnicos y comunicacionales, antes inconcebibles.

 

El tendido del Ferrocarril es uno de los mayores ejemplos de lo anterior, su expansión ya en momentos del centenario se traducía en más de 4.000 kilómetros de tendido, considerando incluso líneas internacionales hacia Perú y Bolivia, además de proyectos como el tren hacia Buenos Aires. Aunque su función era primeramente en relación con la minería, incluso siendo algunas líneas privadas, el tren pasó a ser un fenómeno que tuvo principal injerencia en la dinámica poblacional del país. Así, se puede considerar que los trabajos para la construcción del ferrocarril significaron la movilización de una gran mano de obra, provocando la proletarización del campesino y la consecuente escasez de mano de obra en los campos. Muchos trabajadores seguían la obra del ferrocarril hasta su estación final, tentados por el pago en efectivo, lo que ocasionó incluso el abandono de muchas familias en las zonas rurales. Otro factor en el que el ferrocarril tiene suma importancia es la activación de las economías locales; el crecimiento del comercio en pueblos por donde el tren pasaba, los que incluso ajustaban sus horarios al funcionamiento de éste. Además, gracias al tren se desarrolló en el país el servicio de correo, que en sus inicios, mitad del siglo XIX, solamente se restringía a la ciudad de Santiago. Ya en los momentos del centenario el servicio de correo abarcaba casi en su totalidad el territorio nacional, por medio de los trenes que llevaban de manera gratuita tanto a quienes estaban encargados de la correspondencia como la correspondencia misma.

 

El tren, sin embargo, fue sólo uno de los varios avances en infraestructura pública y privada en los que se vio un marcado desarrollo. Siguiendo esta línea, también se mejoraron las condiciones de las instalaciones portuarias en Valparaíso producto de la formación de las compañías de vapores, como la Compañía Sudamericana de Vapores, que hicieron del puerto el punto de conexión entre Chile y el mundo. Este hecho tuvo como consecuencia el incentivo del desarrollo de un fuerte comercio sustentado principalmente en capitales extranjeros, que proveía sobre todo a la capital, favorecidos también por la construcción del ferrocarril entre Santiago y Valparaíso. En momentos del centenario el desarrollo portuario había alcanzado dimensiones importantes con la renovación casi total del puerto de Valparaíso, además de la planificación del puerto artificial de San Antonio, el cual vería su realización décadas después de 1910.

 

A pesar de estos avances, no se puede ignorar el otro lado de la realidad que se vivía en el país. Los grandes movimientos migratorios marcaron una realidad de contrastes. Por un lado, la opulencia de la clase dirigente se hacía notar por medio de costumbres basadas en las influencias europeas, sobre todo francesas e inglesas expresadas en términos del vestuario, la construcción de palacios, etc. Por otra parte, se evidenciaba la paupérrima situación social de las clases más bajas con nulo acceso a tal cultura urbana, por lo que su presencia en la ciudad se veía marcada por la construcción de ranchos, conventillos, cuartos redondos, cuyos principales problemas eran el hacinamiento y la insalubridad. Al mismo tiempo, hay una situación de pobreza extrema en gran parte de la población, la que es generada tanto por el abandono familiar por parte de los hombres que emigraban en busca trabajo, como también por las pésimas condiciones laborales que trajo la proletarización del campesinado. Estos fenómenos acarrean como consecuencias males sociales, como el alcoholismo, y también la introducción de la mujer en el campo laboral, siempre por medio de tareas de orden doméstico y baja paga como el aseo de casas y palacios, la costura y el lavado de ropa, cuidado de niños e incluso la prostitución. Además, dentro de este marco de deplorables condiciones humanas e higiénicas, se acrecienta la proliferación de enfermedades que arrastran a nuestro país a la más alta tasa de mortalidad infantil dentro de Latinoamérica después de México.

 

Otro fenómeno que cabe señalar, dentro del momento histórico que hasta aquí se ha bosquejado, es la situación correspondiente a las manifestaciones populares que se desarrollaron tanto en las grandes ciudades como en las zonas regionales de producción económica. En este sentido, tres resaltan como ejemplares: la primera es una gran manifestación llevada a cabo en el puerto de Valparaíso en el año 1904 por los trabajadores portuarios, principalmente de la Compañía Sudamericana de Vapores, quienes, cansados de las malas condiciones laborales, tanto en el ámbito salarial como de las condiciones de la infraestructura, deciden realizar una huelga de varios días a la que se suman solidariamente diversos sindicatos de trabajadores del puerto, y que culminará con una de las más grandes represiones sociales con consecuencias violentas dentro de la población del puerto traducida en cifras oficiales en más 50 muertos y 200 heridos. Esta manifestación se presenta como una antesala de la violencia y represión que se evidenciará más tarde en otras manifestaciones populares de parte del gobierno y los militares. El año 1905 se genera la llamada "Huelga de la carne" en Santiago, la cual se origina debido al alto precio de la carne que es traída desde Argentina, por lo que no toda la población puede tener acceso a ella. Este hecho que también se conoce como "la semana roja" gatilló una serie de enfrentamiento entre la policía, bomberos y jóvenes de la aristocracia por una parte y las clases trabajadoras por otra. Finalmente, el hito más importante dentro de los movimientos sociales de esta época, es el hecho ocurrido en el año 1907 en Iquique. Los trabajadores de diversas oficinas salitreras se trasladan hacia esa ciudad para protestar por una mejora de sus condiciones laborales, así como la anulación del sistema de fichas que regía el comercio dentro de cada oficina. Los trabajadores del salitre se acuartelaron dentro de la Escuela Santa María de Iquique, donde después de recibir las amenazas de desalojo, fue declarado estado de sitio por parte del gobierno, por lo que se abrió fuego contra los obreros y sus familias. Esta masacre ha sido una de las más importantes dentro de la historia nacional con un saldo de muertos y heridos que aún no se ha podido determinar con certeza pero que se estima en dos mil personas. Consecuentemente, este hecho significó el fin de cualquier tipo de manifestación que se quisiera hacer, por miedo a que las represalias de parte de la clase dirigente se volvieran a hacer patentes de la misma forma que en aquel 21 de diciembre. Este hecho no se borra de la retina de la población nacional, quienes no olvidan los nombres de quienes ordenaron la matanza ni tampoco se reduce el recelo e inconformismo en que las clases trabajadoras y pobres de la población nacional se encuentran.

 

Resumiendo, las problemáticas que se observan a grandes rasgos son:

 

- el desplazamiento demográfico de la población a las provincias centrales

 

- el aumento de la inmigración

 

- la extrema polarización de las clases sociales

 

- el predominio de la plutocracia

 

- el debilitamiento del poder ejecutivo

 

- la penetración del capital inglés y norteamericano en la explotación minera

 

- la decadencia de la producción agropecuaria y el déficit alimenticio

 

- la consolidación del papel moneda y el comienzo de la inflación

 

- el auge y organización del movimiento obrero

 

- la discusión de la cuestión social y el surgimiento de una generación de ensayistas sociales de orientación nacionalista, que ha pasado desapercibida para los historiadores de la literatura

 

Hasta aquí se ha hecho un pequeño bosquejo del panorama histórico que ronda a los años del centenario, y por supuesto, a los años de gestación de los textos que aquí se revisarán. Aunque sucinta, la intención es mostrar una panorámica que permita contrastar los avances que en algunas materias experimentaba el país y que lo hacían parte de los fenómenos modernos y modernizadores que ocurrían, con una serie de cambios que esos avances ocasionan dentro de la sociedad chilena, que más que integrar a cada uno de los individuos que la conforman, van mostrando ciertos grados de contradicción entre lo que se planteaba como los avances del progreso de una nación joven y su desigual realidad social.

 

El proyecto de la Modernidad

 

Al momento de entender tanto los procesos históricos que se desarrollan durante el período del centenario como también los postulados por los que se rigen los discursos que aquí se pretenden analizar, en definitiva, al sumergirse dentro de este corpus, nos estamos enfrentando con los postulados del proyecto de la modernidad y a la vez con las manifestaciones del mismo a través del proceso de modernización. La modernidad se entenderá aquí como un proyecto de perfeccionamiento de la humanidad. Aquel proyecto que se configuraría como una utopía donde prima la idea de libertad como "principio de autonomía individual y como principio constitucional de los derechos republicanos, [que] estaba indisolublemente unida a la del progreso científico-técnico" (Subirats, 1995: 219); un proyecto donde los hombres no sólo serían los objetos de cambio sino que además pasaran ellos a ser los sujetos que transformen su existir y las formas de aprehender el mundo. Pero además se entiende a la modernidad como ese remolino del existir donde nos encontramos "[...] en un medio ambiente que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo -y que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos, lo que somos."(Berman, 1995: 67) Es decir, un fenómeno que guarda ciertas contradicciones y que, aunque por un lado presenta una serie de beneficios para los hombres e incluso un nuevo entendimiento de lo que es el hombre -un sujeto autorreflexivo, autorresponsable y dueño de su propia historia- por otro lado, nos arroja a una búsqueda de una nueva vida alejada de una tradición y de un hábitat ancestral, por medio de los grandes descubrimientos en las ciencias físicas, que cambian nuestras imágenes del universo y nuestro lugar en él. La industrialización de la producción, que transforma el conocimiento científico en tecnología, crea nuevos medios humanos y destruye los viejos, acelera el ritmo de vida, genera nuevas formas de poder jurídico y lucha de clases; además de inmensos trastornos demográficos, entre otros muchos fenómenos.

 

La modernidad se configura a partir de un cambio de perspectiva que hay en la forma de entender la cultura; Jürgen Habermas analizando el pensamiento de Max Weber lo entendió así: "[Weber] Él caracterizó la modernidad cultural como la separación de la razón sustantiva expresada en la religión y la metafísica en tres esferas autónomas: ciencia, moralidad y arte, que se diferenciaron por que las visiones del mundo unificadas de la religión y la metafísica se escindieron." (Habermas, 1995: 137) Entendida de esta forma, la esencia de la Modernidad se puede ver a partir de la ruptura de un mundo simbólico donde estas tres esferas unidas constituían un todo coherente, o una concepción global del mundo, dentro de un pensamiento metafísico y religioso, pero que a partir del siglo XVIII se configuran como saberes institucionalizados posibles de entender a partir profesiones culturales que enfocaron los problemas con perspectivas de especialistas. "El proyecto de modernidad formulado por los filósofos del iluminismo en el siglo XVIII se basaba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias." (Habermas, 1995: 138). Pero al mismo tiempo esta separación de los saberes conlleva un distanciamiento entre quienes manejan el conocimiento de cada área, es decir, los especialistas y el resto, o sea, el público más amplio. Esta distancia produce un problema, y es que si bien lo que se intenta con la modernidad es la accesibilidad y el enriquecimiento de la vida diaria a partir de la acumulación de los conocimientos que la separación de ciencia, arte y moral trae y que se expresaría en una "organización racional de la cotidianeidad social" (Habermas, 1995: 138), esto no necesariamente pasaría a ser así, es decir, no pasaría a ser propiedad de la praxis cotidiana. Aunque el proyecto de la modernidad fue pensado por los filósofos del iluminismo como uno que se sustentaría en la esperanza de que el arte y las ciencias promoverían el control de las fuerzas de la naturaleza además de la comprensión del mundo y de la posición del individuo inserto en él, como diría el mismo Habermas: "La diferenciación de la ciencia, la moral y el arte ha desembocado en la autonomía de segmentos manipulados por especialistas y escindidos de la hermenéutica de la comunicación diaria" (Habermas, 1995: 138), en definitiva, este proyecto ha dejado al individuo común como una especie de huérfano víctima de un mundo regulado por lógicas propias, las cuales se encuentran fuera de su alcance.

 

Dentro del pensamiento que entiende la modernidad, surge una entidad que sería quien, de alguna forma, daría sentido a esta dinámica en la cual los hombres se encontraban insertos, una entidad que de una forma u otra aunaría aquellas esferas aisladas de la realidad y daría el sustento suficiente para establecer un orden de cosas y que en definitiva se traduciría en una integración social. Xavier Rubert de Ventos lo entiende de la siguiente forma: "Ahora bien: sépase o no, quiérase o no, el moderno presupuesto y modelo mítico de esta integración social y cultural no es otro que el Estado teorizado por los idealistas [...] que debía ‘salvar a la sociedad civil de sí misma' para devolverle la coherencia y turgencia mítica [...]" (Rubert de Ventos, 1995: 147) El mundo moderno entiende ya por un hecho consagrado la disgregación de la realidad en un serie de prácticas o de discursos autónomos, pero a su vez, trata de recuperar de un modo u otro su coherencia, aquella coherencia que daba el mito, o una unidad mística primigenia, que daba un sostén al universo mismo y que lo mantenía en un armonía completa. Esta armonía se daría a través del Estado que, básicamente, es sólo una figura que se propone como un mediador frente a este problema, pues es el encargado de asumir la ideología que se propone como la forma de dar estabilidad a aquello que lo ha perdido; el Estado es la representación de la ideología del Progreso y la centralidad del vivir en el Futuro. Esto último se debería gracias a la carrera independiente que cada una de las esferas de la cultura emprende; lo que permitiría asimismo una posibilidad de Futuro en cada una de ellas, esto explicaría el porqué del desarrollismo económico, el progresismo histórico, el cientificismo y el positivismo, etc. Pues, cada uno de ellos se configura como una forma de alcanzar o conquistar el futuro, marcados siempre por la infinita cadena del progreso.

 

A pesar de esto la modernidad no deja de ser un proyecto que tiene ciertas contradicciones. La principal contradicción que se puede observar se basa precisamente en la forma en que se expresa el proyecto moderno, es decir, por medio de los procesos de modernización. Habermas define la modernización de la siguiente forma:

 

El concepto de modernización se refiere a un gavilla de procesos acumulativos y que se refuerzan mutuamente: a la formación del capital y a la movilización de recursos; al desarrollo de las fuerzas productivas y al incremento de la productividad del trabajo; a la implantación de poderes políticos centralizados y al desarrollo de identidades nacionales; a la difusión de los derechos de participación política, de las formas de vida urbana y de la educación formal; a la secularización de valores y normas, etc.

(Habermas, 1993: 12)

 

A pesar de ello, este proceso de desarrollo técnico se vuelve autosuficiente y, por lo mismo, se aleja o pierde de vista las intenciones del proyecto de la modernidad como una forma de conducir hacia la libertad de los individuos. Si la modernidad pretende acabar con las relaciones de poder entre las élites y los subalternos, además de provocar una reconciliación entre la técnica y la naturaleza; la modernización como proceso que deviene en autónomo, nunca tiene como meta acabar con las relaciones de poder que determinan a las sociedades y los individuos insertos en ellas, sino más bien las agudiza, pues quienes tienen o son dueños de los mecanismos técnicos basan su poder en ellos para poder posicionarse respecto a otros individuos, incluso acrecentando aun más su jerarquía respecto a ellos, pues ellos tiene el poder de la técnica que otros tienen que usar para poder subsistir, como es el caso de la formación del proletariado. Lo mismo sucede en la relación con la naturaleza, pues si bien la técnica tiene como función poder llevar a cabo una labor "civilizadora" de la naturaleza, poder entender a ésta mediante los instrumentos que la otra nos brinda; esto no sucede, lo que vemos más bien es una explotación de la naturaleza que termina convirtiéndose en material de explotación conducente a la formación de capital.

 

Así vemos que el proceso de modernización acaba alejándose del horizonte del racionalismo desde el cual surge, y a pesar de que nos resulta complejo no ver a la modernidad a través de la modernización es claro que hay que distinguirlos como procesos paralelos que dejaron de guardar relación entre sí, o como dice Habermas:

 

Pues en vista de una modernización evolutivamente autonomizada, de una modernización que discurre desprendida de sus orígenes, tanto más fácilmente puede el observador científico decir adiós a aquel horizonte conceptual del racionalismo occidental, en que surgió la modernización. Y una vez rotas las conexiones internas entre el concepto de modernidad y la comprensión que la modernidad obtiene de sí desde el horizonte de la razón occidental, los procesos de modernización que siguen discurriendo, por así decirlo, de forma automática pueden relativizarse.

(Habermas, 1993: 12)

 

En este sentido, queda preguntarse qué tanto de la modernidad como proyecto es o fue aplicable en la historia, viéndolo desde sus contradicciones, originadas por el proceso de modernización y los diversos usos que se hicieron de los desarrollos técnicos. Las dudas que quedan es si, como proyecto, es extrapolable a otras circunstancias. El horizonte de este artículo es percibir, en ciertos discursos del centenario de Chile, cómo operan algunos paradigmas propios de la modernidad, siempre considerando que al hacerlo es inevitable observar si su uso y propiedad se adapta al contexto social de aquella época o no es más que la promesa incumplida de un paraíso secularizado que sólo se queda en eso: la promesa. 

 

Discursos del Centenario chileno

 

Los discursos a tratar aquí ya han sido nombrados, sin embargo, desde ahora se realizará el análisis de cada uno de ellos, viendo de qué manera operan ciertos valores de la modernidad y cómo lo hace cada autor para, a partir de esos valores, situarse respecto a la realidad social e histórica del país a través de un predeterminado horizonte de expectativas en el que se movilizan.

 

El primer discurso que se revisará será el Discurso sobre la crisis moral de la República2 , pronunciado por Enrique Mac-Iver en el ateneo de Santiago el 1° de agosto del año 1900, que de alguna manera se configura como el iniciador de esta etapa dentro de la historia nacional, llena de análisis, introspección y crítica interna de la situación social vigente. En este discurso el senador radical y líder masónico hace hincapié en los cambios que observa en la sociedad chilena de comienzos del siglo XX, llama su atención el lento o casi nulo crecimiento demográfico, así como también el de la población escolar, aunque el número de escuelas sí haya crecido. Además llaman su atención el surgimiento de una serie de vicios sociales producto de las malas condiciones económicas en que se encuentra parte de la población, también observa la falta de arraigo de los pequeños propietarios rurales, quienes ahuyentados por el bandolerismo venden sus propiedades a precios ínfimos para asilarse en centros urbanos, lo que causa una reducción alarmante de la producción de la tierra. A su vez, observa una falta de figuras intelectuales como las del pasado, a pesar de que la formación universitaria se acrecienta; y, por sobre todo, critica la falta de espíritu de trabajo e iniciativa, que es prácticamente un adelanto a lo que es la lógica del espíritu capitalista empresarial como forma de desarrollo de los pueblos. Con esto se observa, más que una pretensión de adelantos técnicos, una pretensión por la necesidad de que los hombres sean quienes tomen los pensamientos y las herramientas que los nuevos tiempos les han dado y con ellos transformen el mundo. Mac-Iver señala que los hombres se ven más guiados por un reposo y no ya por una actividad de lucha que históricamente había caracterizado al país. Si bien antes Chile tenía presencia en las principales empresas mundiales, como el oro de California, la plata boliviana, el salitre peruano, etc., en el momento en que se posiciona discursivamente, la iniciativa personal ya no es un rasgo característico de la nación, sino más bien, se encuentra en una sociedad donde las iniciativas provienen mucho más por parte de un interés del Estado que por parte de privados, apuntando a que los problemas se traducen más bien en una falta de virtudes públicas, que fueron las que caracterizaron al país, y que han desaparecido.

 

Todos estos problemas que él observa son contrastados con el pasado republicano, el cual Mac-Iver ve como un paraíso perdido. Hernán Godoy señala:

 

[...] estos males que se manifiestan en la decadencia económica tienen según el autor [Mac-Iver], su raíz en la crisis de la moral pública entendida como el incumplimiento general de los deberes y de las obligaciones hacia el bien común, en particular por los funcionarios. Esta crisis moral lleva a la impotencia del Estado, lo que se manifestaría en un malestar generalizado y en el decaimiento del empuje nacional.

(Godoy, 1971: 247)

 

Llama la atención que Mac-Iver vincule el origen de esta crisis a la fácil riqueza del salitre obtenida en la guerra del pacífico, de ahí sus palabras: "[...] el oro vino, pero no como lluvia benéfica que fecundiza la tierra, sino como un torrente devastador que arrancó del alma la energía y la esperanza y arrastró con las virtudes públicas que nos engrandecieran." (Godoy, 1971: 289) Y es que él observa que si bien el salitre ha significado la mejor empresa nacional, no deja de criticar que esta no puede ser la única en la cual se base la producción nacional.

 

Todo lo anterior lo observa respecto a una falta de valores propios de la modernidad y que se refleja primero, en el título del discurso, pero además se observa en el hecho de que Mac-Ive,r a pesar de ver una serie de adelantos técnicos propios de un proceso de modernización, considera que moralmente estamos lejos de lo que es el progreso. Es decir, el bienestar para él está ligado mucho más a una cuestión propia del cumplimiento de los deberes cívicos y no a una bonanza material. Nada se saca si se acrecientan las arcas fiscales o se aumenta la infraestructura pública si dentro de una sociedad no está el elemento principal de moralidad que para él consiste en:

 

[...] la moralidad que da eficacia y vigor a la función del estado y sin la cual ésta se perturba y se anula hasta el punto de engendrar el despotismo y la anarquía y como consecuencia ineludible, la opresión y el despotismo, todo en daño del bienestar común, del orden público y del adelanto nacional. [...] Es esa moralidad, esa alta moralidad, hija de la educación intelectual y hermana del patriotismo, elemento primero del desarrollo social y del progreso de los pueblos [...].

(Godoy, 1971: 286)

 

Para Mac-Iver, ha sido la falta de moralidad la culpable de que las naciones que nacieron en el primer cuarto del siglo XIX fueran apartadas del camino del progreso; ha sido el olvido del deber público por parte del funcionario, lo que ha dado paso a las ambiciones personales, al odio y a la codicia, lo que ha llevado incluso a la corrupción, ya sea por pactos políticos, por ejemplo la corrupción de los gobiernos comunales, como por la ausencia de todo intento formal por parte de los poderes públicos para corregir los males que aquejan al país. Para él, Chile no sólo atraviesa por una crisis económica en esos momentos, sino por una crisis más terrible que es la de la moral ligada a una participación en la contingencia pública. Esto lo ha alejado de su marcha progresista, como bien lo señala Soledad Reyes del Villar, Mac-Iver en su denuncia "no hacía otra cosa que recriminar la falta de virtudes públicas y la ausencia de relevos dentro del grupo dirigente" (Reyes del Villar, 2004: 150). En palabras del propio Mac-Iver: "[...] consecuencia de innovaciones poco atinadas o efectos de vicios y pasiones, resultado de sucesos fatales u obra de la imprevisión y el abandono, el hecho es que no sería ya temeridad decir, dando a las frases una aceptación general y sin referirlas a hombres ni a partidos determinados: falta gobierno, no tenemos administración" (Godoy, 1971: 290).

 

Continuando con el análisis discursivo, es el turno del discurso Alejamiento de las clases sociales de Alejandro Venegas (seudónimo del Doctor Julio Valdés Cange), el cual es un extracto de la carta decimoquinta recopiladas en su libro Sinceridad. Chile íntimo en 1910, y que corresponde a una de las cartas que el autor dirige hacia el presidente de la república el señor Ramón Barros Luco. El texto de Alejandro Venegas señala el progresivo distanciamiento producido en Chile entre los ricos y los pobres, los explotadores y los explotados, destacando en esto el papel que ha jugado el régimen del papel moneda, régimen del cual es enemigo total, debido a que sólo genera beneficios a las elites y sobre todo a los especuladores. Venegas ilustra estas tesis en base a observaciones que él llevó a cabo en una serie de viajes que realizó de incógnito por variados lugares de Chile, sobre todo en el norte salitrero. Él plantea que si bien los oligarcas temen mucho las revueltas sociales, la organización obrera y el anarquismo, sus intereses económicos les impiden terminar con las injusticias y la explotación de las cuales el sistema que los avala se nutre. En estas circunstancias, para Venegas, el Estado debería intervenir en defensa de los desposeídos. Por este motivo, hace una apelación al presidente, lo que contribuiría a despertar su confianza y respeto en los poderes públicos, en lugar de usarlos para aplastar sus justas demandas.

 

El discurso de Venegas se centra, en una perspectiva basada en los presupuestos del proyecto de la modernidad, en lo que dice relación con la necesidad de reconciliación entre las elites y el resto de la población que se encuentra subordinada a ellas. Él estima que el principal problema radica en que la oligarquía no quiere perder su posición privilegiada, en la cual sin trabajo alguno se aumenta considerablemente la fortuna y el poder. El autor plantea que el objetivo de vida dentro de nuestra sociedad es la aspiración a la riqueza material a través de fundos, acciones mineras o industriales, que permitirían al sujeto de esta ambición dedicarse al ocio con toda holgura. Indica que, para lograrlo, hay que valerse de individuos, centenares de ellos, que por medio de un sin número de amarguras y miserias no pueden ni siquiera acumular dinero que en manos de los magnates simplemente se derrocha. El siguiente fragmento es aclarador en ese sentido: "[...] porque en todos los países hay opresores y oprimidos, usufructuarios y espoliados; pero en ninguna nación el despotismo es tan despiadado ni el despojo hecho en forma tan irritante como aquí. En otras partes el pueblo es más instruido, más consciente, tiene noción clara de sus derechos conculcados, y trata de reivindicarlos; la aristocracia es menos codiciosa y despiadada [...]" (Godoy, 1971: 293) Para este autor es imprescindible que, para que la nación se construya como tal, quienes ostentan el poder y que han sido toda la vida participes de una clase privilegiada, vean aquello que es la realidad de la sociedad. Es necesario que vean las condiciones de viviendas, las condiciones laborales de los jornaleros, las condiciones de las oficinas salitreras. Pues para él, es fácil vivir cuando no se sale de la esfera de opulencia que se ha dedicado a gozar de los privilegios que la bonanza económica y la explotación de la mayoría les ha brindado.

 

La crítica de Venegas también apunta a una necesidad de educación moral y deber cívico, tal como lo entendía Mac-Iver, pues para él es relevante el hecho de que diversos servicios públicos no hacen más que estar al servicio de la oligarquía. En este sentido, apunta hacia el hecho que los poderes públicos están en función de una represión hacia los trabajadores y el pueblo, lo implica que aún no entienden lo primordial de su papel dentro de los procesos históricos nacionales. Aquí su análisis:

 

[...] aquellos desgraciados no tienen idea de lo que vale en nuestro país la voz del pueblo, y creyéndose tal vez una república democrática de verdad, por tres veces han pedido seguridades para su vida, respeto al fruto de su ímprobo trabajo y educación para sus hijos, y por tres veces se les ha respondido fusilándoseles del modo más salvaje : las matanzas de Taltal, Antofagasta e Iquique han demostrado a los 60.000 obreros que producen la principal riqueza del país, que no deben esperar nada del Gobierno, porque está formado por explotadores del pueblo que hacen causa común con sus duros señores, los dueños del salitre.

(Godoy, 1971: 296)

 

Con este ejemplo referido a la situación de los trabajadores salitreros queda ilustrado el problema que Venegas observa dentro de la sociedad chilena. Una sociedad que más que eliminar o reducir las jerarquías, ve cómo todo funciona en pos de una mantención de las mismas, lo que según él podría culminar algún día con la rebelión de esta mayoría que es la fuerza del país y que se ensañará contra aquel puñado de codiciosos que los explotó y mantuvo bajos las más terribles condiciones. Para Venegas no hay que esperar que ese momento llegue, si se quiere avanzar o progresar como se debe, hay que atender a una reconciliación con quienes verdaderamente tienen el poder, y que por el momento no han tenido la lucidez de notarlo.

 

Dentro de esta misma línea se enmarca el discurso que Luis Emilio Recabarren efectuó el año 1910: El balance de un siglo: Ricos y pobres a través de un siglo de vida republicana. Como lo expresa el título, Recabarren traza la trayectoria de la clase proletaria a partir de la Independencia, considerando que no ha progresado en su condición de herramienta humana, cuyo producto le es arrebatado por los dueños de la riqueza que sólo le devuelven lo imprescindible para que subsistan y sigan produciendo. La situación obrera empeoró con la Independencia, cuyos beneficios fueron monopolizados por la burguesía que tomó la conducción del país. El así llamado progreso sólo ha enriquecido a la clase capitalista, la cual ni siquiera se ha perfeccionado moralmente. Por el contrario, el autor insinúa que en la época colonial no se destacaba tanto la nota inmoral y voluptuosa que la clase dirigente demuestra en los tiempos en los que él se sitúa: "[...] el progreso económico que ha conquistado la clase capitalista ha sido el medio más eficaz para su progreso social, no así para su perfección moral, pues aunque peque de pesimista, creo sinceramente que nuestra burguesía, se ha alejado de la perfección moral verdadera." (Godoy, 1971: 299) En este sentido vemos en el discurso de Recabarren un aspecto similar a la crítica que efectúa Mac-Iver en 1900, pero además para él la colectividad que representa a la clase burguesa vive en un ambiente de vicios alejado de cualquier noción respecto a la vida de las otras clases que conviven con ellos en la sociedad, incluso a pesar de que muchos se guían por una moral basada en la religiosidad cristiana católica.

 

Para el líder socialista, en los cien años de república independiente hay dos circunstancias paralelas ligadas al progreso: el progreso económico de la burguesía y el progreso de los crímenes y de los vicios en toda la sociedad. Esto se ve reflejado, para él, en la proliferación de conventillos, los cuales se configuran como las primeras escuelas de vicios y corrupción de los integrantes más pobres de la sociedad. Incluso establece los conventillos como un lugar de tránsito que al final determina que los sujetos recurran y pueblen sitios como prostíbulos y tabernas. Recabarren plantea: "Si hubiera habido progreso moral en la vida social, debió detener el aumento de conventillos, como debe detenerlo en lo sucesivo, pero esto ya no se operará por iniciativa especial de la burguesía sino por la acción proletaria que empuja la acción de la sociedad." (Godoy, 1971: 301) Por lo que se puede ver, Recabarren ya no guarda esperanza en que la clase dirigente oligarca o burguesa sea la que tome el papel de resguardar a las clases más desprotegidas, tal como lo insinuara Alejandro Venegas, sino que la forma de solucionar tal crisis moral a la que ha sido arrastrado el proletariado, producto de su condición como tal, es a través del accionar del mismo.

 

Según Recabarren la última clase de la sociedad, que al mismo tiempo es la mayoría de la población, no ha adquirido en el transcurso de la historia republicana ningún progreso evidente, aunque los niveles de analfabetismo se hayan reducido dentro de ella. Esta condición de supuesta mejoría sólo degeneró en una forma de utilización política de la clase dirigente hacía los explotados, pues la facultad de leer y escribir ha dado paso a una mayor corrupción, ya que las clases pobres a través de la influencia de la oligarquía se ha visto empujada a vender sus conciencias y sus votos.

 

El progreso económico, tal como lo observa Recabarren, sólo ha marcado las diferencias y acentúa mucho más la inmoralidad. El comercio para él se basa en el engaño, en el fraude, en la falsificación, en el robo. Esto lo explica a través de la situación habitacional que viven las clases bajas como también en las formas de comercio que están presentes en los barrios pobres, así sentencia lo siguiente:

 

La clase rica no sufre por esto. Ella compra en sus grandes almacenes los frutos escogidos de la producción mundial. Se fabrica y se produce especialmente para ella. El monopolio de la producción en sus propias manos y la posesión de riquezas le garantizan este privilegio. La clase pobre no puede gozar de estos privilegios. Ella es la escogida como víctima única de la voracidad inmoral de la clase comercial.

(Godoy, 1971: 303)

 

Frente a esta realidad, Recabarren no ve necesaria una reconciliación entre las clases como una manera de desarrollo y progreso de la sociedad, él ve la necesidad de que los individuos a través de su conciencia de clase tomen las riendas de su situación y la remedien por sí mismos. Las herramientas están, sólo se necesita a los hombres que se hagan responsables de sí y se encaminen hacia la libertad y el futuro. El progreso moral, social o intelectual no se ve ligado a un régimen político, para él bien puede ser monarquía o república, pues, la situación de las clases bajas no cambia e incluso empeora con el tránsito de un régimen a otro. De esta manera, sostiene que las clases bajas no tienen nada que celebrar con el centenario, pues el centenario no es más que la consolidación de un sistema burgués que se ha solventado durante cien años y que no da muestras de ningún progreso ni mucho menos de un cambio. Recabarren observa que la modernidad llegará en el momento en que el progreso esté ligado no sólo a un crecimiento material, sino además a un crecimiento en el orden moral colectivo de la clase trabajadora, la que actuará como un sujeto libre y autorreflexivo. El progreso y el centenario este líder sindical los describe así: "Digamos la verdad: el bien inmenso que ha producido la República fue la creación y desarrollo de la Burocracia chilena y fue también la posesión de la administración de los intereses nacionales. La Burocracia que goza de esta situación, ella sí que tiene motivo de regocijo justificado si mira egoístamente su situación. ¡Nosotros no!" (Godoy, 1971: 304).

 

Hasta ahora han sido revisados tres discursos provenientes de personajes que representaban política, social e ideológicamente a distintos sectores. A pesar de las diferencias de enfoque respecto a la situación social nacional, ninguno de ellos apartó su mirada de la crisis por la que atravesaba el país en ese momento. Y es que, si hubiera que buscarle un punto concordante en lo que a la denuncia de crisis se refiere, podría decirse que estos testigos atribuyen gran importancia a la relajación moral de la clase dirigente, viéndola como un factor decisivo en cuanto a la generación de problemas de todo tipo.

 

Sin embargo, también es posible encontrar discursos celebratorios del centenario que desoyen los análisis críticos hasta ahora revisado y que aun así están cruzados por los paradigmas de la modernidad, la modernización y el progreso, como también por una ideología determinada. Ejemplar en este sentido es la editorial del diario El Mercurio del día 18 de septiembre de 19103 . Como bien se sabe, este diario fue el máximo representante de la clase dirigente de Chile durante los años que aquí conciernen. Y hasta hoy en día, se configura como el representante de la clase más acaudalada de la nación. En los años del centenario, El Mercurio era el representante del partido conservador y su principal figura era su dueño, Agustín Edwards.

 

Lo primero que es evidente al revisar esta editorial es el optimismo respecto al cómo llega históricamente a esta fecha el país; en este sentido, el discurso se muestra como un derroche de confianza por los logros obtenidos en diferentes áreas o ámbitos del acontecer nacional. El documento, al contrario de los anteriormente revisados, aparece ajeno a todos los debates y problemas derivados de las crisis del centenario. El discurso enumera una serie de hechos vinculados plenamente a un proceso de modernización, donde lo que más se resalta son los logros materiales que como nación se han hecho y además los impulsos a la industria nacional:

 

En el orden de la defensa nacional hemos logrado organizar el primer ejército de América y tenemos una marina con espléndida tradición [...] en la instrucción pública hemos levantado al nivel de los países más adelantados nuestros métodos y programas [...] Los mercados europeos nos ofrecen dinero para fecundar nuestro progreso y la seriedad tradicional de nuestra administración financiera nos deja libertad para movernos con facilidades en futuras operaciones [...] Y por fin, en la organización política hemos llegado a un régimen de libertad en el orden [...] somos una nación definitivamente organizada.

(Reyes del Villar, 2004: 287)

 

De esta forma, en la editorial no se ve en ningún momento un análisis de alguno de los aspectos a los que se hacía hincapié en los otros discursos, principalmente respecto a la situación social o moral dentro de la república, aspectos que cabe decir son atingentes al proyecto moderno y no ya la modernización. Para El Mercurio Chile se consolida como una nación que avanza y lo hace a la vanguardia de los procesos modernizadores en las diferentes áreas de desarrollo cultural y material. La mirada que efectúa hacia el pasado es sólo para confirmar que las cosas se han hecho de la mejor manera y que, por lo tanto, la confianza en el porvenir se debe sustentar precisamente en aquello. En este sentido este discurso se centra en el futuro de la historia nacional, no se detiene a observar el presente ni mucho menos el pasado:

 

[...] somos un pueblo capaz de grandes cosas y tenemos ante el mundo y ante nosotros mismos la responsabilidad de realizarlas. Creamos fuertemente en ese destino; creamos que la colectividad chilena tiene en los designios de la providencia marcado un futuro de victorias morales y materiales; creamos que la herencia que el primer siglo nos deja, llena de glorias y de éxitos, nos obliga a luchar para el coronamiento de la obra.

(Reyes del Villar, 2004: 288)

 

Para este discurso el futuro lo es todo, Chile ha hecho bien las cosas y nada de eso tiene que cambiar; la raza chilena, como en algún momento sostiene la editorial, tiene que fortificar sus ánimos en el hecho de que nada necesita cambiar, pues la confianza está en que la fuerza moral en Chile existe y ese primer siglo es evidencia de ello. 

 

Conclusión

 

Tal como se evidencia en el análisis expuesto, se ha realizado una revisión textual de una serie de discursos que de alguna forma u otra se ciñen a ciertos presupuestos propios de los ideales de la modernidad. Ya sea cómo tiene que imperar una necesidad moral y no sólo material dentro de una sociedad o cómo se hace imprescindible dentro de una sociedad la reconciliación de las clases que la conforman, siempre gracias a una conciencia de la otredad. O como es fundamental que los individuos tomen las herramientas que el remolino moderno les entrega y logren a través de ellas y de su conciencia de clase conformar un mejor Estado. O, finalmente, cómo los discursos "oficiales" de manera contundente utilizan los paradigmas de la modernidad y la modernización técnica para justificar el posicionamiento de una clase y de una nación que funciona en base a ella. En todos estos discursos la modernidad estuvo presente, como un proyecto que, considerado desde cada perspectiva, prometía un avance social, nacional y/o humano, pero que aun así se encontraba estructurado por el posicionamiento de cada autor respecto a la historia pasada y presente del país, como también por la posición que como líderes políticos y sociales ellos ocupaban. La Modernidad como proyecto secular e ilustrado fue la guía principal de cada texto, sin embargo, siempre visto desde su aplicación ideológica en pos de la legitimación política y social de cada uno de los autores y de los sectores que representaron, ya sea como interlocutores o como intermediarios válidos dentro del acontecer nacional.

 

Referencias Bibliograficas

Notas

(1)Toda la información histórica corresponde a lo ilustrado en Sofía Correa y Alfredo Jocelyn-Holt. Historia del siglo XX chileno. Santiago: Editorial Sudamericana, 2002. Principalmente debido a lo sintético y ordenado de la propuesta crítica de los autores, acorde a los intereses del presente artículo, que no busca una revisión extremadamente rigurosa de la historia, sino fijar contextualmente los textos analizados para entender sus puntos de referencia, como también el motivo de su enunciación.

 

(2) Discurso extraído de: Estructura social de Chile. Estudio, Selección de textos y Bibliografía de Hernán Godoy Urzúa, editado por Editorial Universitaria el año 1971. También han sido extraídos de este mismo ejemplar los discursos de Alejandro Venegas y Luis Emilio Recabarren.

 

(3)Discurso extraído del libro: Chile en 1910. Una mirada cultura en su centenario de la autora Soledad Reyes del Villar, editado por la editorial sudamericana el año 2004.