Posibles deconstrucciones del trauma. Una aproximación posmoderna

 

1.Introduccion

"Todos los dolores pueden ser llevaderos

si los colocas dentro de una historia

o cuentas una historia acerca de ellos"

P. Ricoeur

 

El trauma psicosocial es una de las problemáticas más complejas que los seres humanos han tenido que afrontar en su historia como especie. Resulta, por tanto, un gran desafío realizar un acercamiento al tema, que aporte a lo hasta ahora dicho, especialmente desde las disciplinas médicas y psicosociales.

 

Estamos en un tiempo de grandes cambios, particularmente en lo que concierne a la compresión del mundo en que vivimos y respecto a los mismos procesos con los que dicha comprensión se puede (o no) lograr efectivamente. Varias perspectivas que podemos calificar de posmodernas nos entregan aportes importantes para el abordaje del trauma psicosocial, y aquí incorporaremos algunos planteamientos actuales, buscando conexiones y aperturas al tema.

 

En el presente texto se pretende realizar un acercamiento a la temática del trauma psicosocial desde una perspectiva que integra la discusión posmoderna sobre la experiencia y el conocimiento humano, incorporando de modo específico la deconstrucción como "herramienta" hermenéutica para iniciar un abordaje narrativo de las experiencias de adversidad extrema y sus consecuencias.

 

2. Acercamiento a la Deconstrucción

 

2.1.- Buscando una definición

 

Siguiendo a N. Lucy en la definición que hace de la deconstrucción en su A Derrida Dictionary (2004), podemos decir que aquello que es la deconstrucción (si es que 'es' algo en absoluto), no es reductible a una actitud de inconformidad, negativismo o a una postura de simple resistencia. La deconstrucción no es, por ejemplo, una forma de crítica; no es un método o una teoría; no es un discurso o una operación. Es difícil de definir, pero la dificultad tiene menos que ver con este concepto en sí que con la imposibilidad de definición absoluta de todo concepto, independiente de cuál sea, si se tiene en cuenta lo que la deconstrucción implica.

 

La deconstrucción empieza, por así decirlo, con una negativa dela autoridad en general. Apunta a perturbar la aparente estabilidad y carácter absoluto de un concepto, de una esencia o de alguna idea fija sobre política, el ser, la verdad, etc.

 

En la línea de lo que dice Derrida en su Carta a un amigo japonés (1997), donde se detiene en el concepto de deconstrucción de un modo explicativo, es posible pensar que la deconstrucción es todo y nada al mismo tiempo. Todas las sentencias del tipo "la deconstrucción es X" o "la deconstrucción no es X", a priori, están perdidas, porque la deconstrucción no es reducible a una característica esencial, a una tarea o a un estilo. Ni siquiera que lo que es esencial para la deconstrucción es su 'no-positividad' o 'no-esencialidad'. Para ponerlo provisoriamente, la deconstrucción podría ser considerada que es algo que les "sucede" a las cosas, ideas, conceptos, palabras. Esta es la razón por la que no es posible pensar en la deconstrucción como una teoría general o un método de lectura, por ejemplo, o una forma estricta de hermenéutica, que puede ser traída de algún lugar "fuera" de un texto, un tema, un objeto o un problema, para ser aplicada "dentro" de esa cosa. La deconstrucción es precisamente lo que nos ayuda a ver, y por supuesto también a decir, el interior. En cierto sentido, esto significa que la deconstrucción no nos ayuda a ver o a decir algo "nuevo", en la medida en que la reconstrucción no es la causa de la deconstructibidad de una oposición binaria. Una vez que se acepta que toda oposición binaria (por ejemplo: hombre/mujer; bueno/malo; rico/pobre) ya está en la deconstrucción, podemos constatar que uno de los dos términos regula al otro (axiológicamente, por lo general) o tiene el control, y resulta ser una oposición nunca neutral, sino que siempre se da, como dice Derrida, "una jerarquía violenta". El deconstruccionismo puede ser entendido, por tanto, básicamente como una actitud frente al fenómeno del significado (De Wit, 2002).

 

2.2.- Esquemas comprensivos1

 

A pesar de esta indefinibilidad y más allá de la opinión de Lucy, que nos dice que la deconstrucción es irreductible a un programa por etapas o sucesivas fases de interpretación, e incluso, a pesar de que el mismo Derrida planteó que está lejos de ser una teoría, una escuela, un método, y menos aún una técnica que puede ser apropiada (Derrida, 1997), en el presente texto empleamos la deconstrucción como camino hermenéutico, como proceso por el que atraviesa el concepto y que sufre para transcenderse a sí mismo y revelarse/rebelarse. Resulta, por tanto, muy importante explicar de forma gráfica lo que implica el proceso deconstructivo, dado lo abstracta y propiamente indefinible que es la deconstrucción en sí:

 

Primero:

 

La "realidad" o algún aspecto de "ella" se define en términos de oposición binaria, quedando uno de los polos como centro [C] y el otro como marginal [M].

 

deconstrucciones_trauma_1

Segundo:

 

Se subvierte la oposición binaria, de tal modo que el [C] se replantea como marginal y lo [M] se instala como central.

 

deconstrucciones_trauma_2

 

Tercero:

 

Se crea una "definición" dinámica, en permanente tensión y búsqueda, en continuo movimiento reconstructivo y relacional que posterga o imposibilita una definición de opuestos binarios absolutos.

 

deconstrucciones_trauma_3

 

3.- Aproximación al trauma

 

La vida humana ha estado marcada desde sus albores por los sucesos adversos; de hecho, el parto mismo podría ser descrito como un evento traumático, especialmente para el bebé que llega abruptamente al mundo desde su tibia y nutritiva habitación materna. Así mismo, los relatos de la antigüedad, de variadas culturas, también han guardado registro de narrativas que describen los conflictos bélicos, exilios, masacres, catástrofes naturales y un sinnúmero de procesos y sucesos adversos que los seres humanos han tenido que afrontar y superar.

 

El estudio sistemático de la respuesta humana a la adversidad, aunque tiene sus antecedentes en los escritos religiosos y filosóficos de la antigüedad, desde las disciplinas médicas y psico-sociales se remonta al año 1889, cuando Pierre Janet publicó su primer texto, L'Automatisme Psychologique, abordando el tema de cómo la mente humana procesa las experiencias traumáticas. Más tarde, él sería el primero en describir de manera clara y sistemática, por ejemplo, como la disociación era la respuesta psicológica de defensa más común contra las abrumadoras experiencias traumáticas (Johnson, 2009).

 

Sin embargo, tal como lo plantea Benyakar (1997), fue principalmente Freud quien incorporó el concepto de "trauma" en el ámbito psicológico, dándole gran centralidad en sus teorías del funcionamiento psíquico. Freud adopta de la medicina tradicional el concepto griego "trauma" para referirse a una herida o ruptura dentro del aparato psíquico y lo considera como eje central en la etiología de las neurosis.

 

A partir de la Primera Guerra Mundial se realizaron gran número de descripciones clínicas, relacionadas con cuadros vinculados a las experiencias traumáticas vividas, especialmente por los combatientes o víctimas civiles sobrevivientes. Pero fue desde la Segunda Guerra Mundial cuando el estudio del trauma psicológico adquirió mayor centralidad en el mundo clínico.

 

El trauma psicológico se ha descrito como una consecuencia a la exposición a un acontecimiento abrumador e ineludible que supera la capacidad de afrontamiento de una persona. Algunos han planteado (Johnson, 2009:18) que no habría dos personas expuestas a un mismo evento que reaccionen de manera idéntica, pues la capacidad de la persona para hacer frente al evento traumático está asociada a un importante número de factores, tales como: su sistema de creencias, experiencias previas de trauma, crónica de las experiencias estresantes, nivel de apoyo social, la percepción de su capacidad para hacer frente al evento, los recursos internos (los mecanismos de adaptación, etc.), la predisposición genética, y otros factores de estrés en su vida en el momento del evento.

 

Según nos informa P. Pérez Sales, et al. (2006), Ignacio Martín-Baró definía el trauma como un fenómeno psicosocial, pues además de la particular herida que una experiencia difícil o excepcional deja en una persona, hay que hablar de trauma social para referirnos a cómo los procesos históricos pueden haber afectado a toda una familia, comunidad o país. En este sentido, podemos utilizar también el término de trauma psicosocial para enfatizar el carácter esencialmente dialéctico, en tanto personal-colectivo, de la herida causada en las personas por las vivencias traumáticas.

 

Una definición de las consecuencias psicológicas del hecho traumático, retomando su dimensión individual, debería tomar en consideración al menos los elementos siguientes: 1) El hecho traumático se asocia a una marca, consciente o inconsciente, pero indeleble. 2) Sensación de alienación y aislamiento respecto a quien no ha vivido la experiencia traumática. 3) Repliegue emocional y afectivo. 4) Cuestionamiento de uno mismo y su posición en el mundo. 5) Cuestionamiento de presunciones básicas sobre la bondad humana, predictibilidad del mundo (Cf. nota 11) y control de la propia vida. 6) La necesidad de reconstruir lo ocurrido y rellenar los espacios buscando bien un sentido, bien un nuevo final. 7) Que conlleva procesos personales de reformulación vital e integración de la experiencia (Pérez Sales, et al., 2006).

 

4.- Deconstrucción del trauma

 

Antes de abordar la temática del trauma desde la perspectiva que aquí hemos elegido, daremos una mirada al importante cambio de paradigma que se está produciendo en los planos del conocimiento en los últimos tiempos y que afectan el modo en que podemos comprender la dinámica del afrontamiento de los eventos traumáticos.

 

4.1.- Ontología y epistemología posmoderna2

 

Desde los planteamiento de Nietzsche y Heidegger la metafísica ha sido cuestionada, especialmente, tras la disolución de las principales teorías filosóficas que pensaban dar una explicación objetiva y definitiva de la realidad: el cientificismo positivista, el historicismo hegeliano y, después, el marxista (Vattimo, 1996).

 

Hoy ha sucedido que tanto la creencia en la verdad "objetiva" de las ciencias experimentales, como la fe en el progreso de la razón hacia su pleno esclarecimiento aparecen, precisamente, como creencias superadas. Todos estamos ya acostumbrados al hecho de que el desencanto del mundo haya producido también un radical desencanto respecto a la idea misma de desencanto; o, en otras palabras, que la desmitificación se ha vuelto, finalmente, contra sí misma, reconociendo como mito también el ideal de la liquidación del mito. Naturalmente, no todos reconocen pacíficamente este resultado del pensamiento moderno; pero, al menos, que es insostenible tanto el racionalismo cientificista como el historicista en sus términos más rígidos -aquellos, precisamente, que dejaban fuera de juego la posibilidad misma de la religión- es un dato, generalmente, bastante asumido de nuestra cultura (Vattimo, 1996: 6-7).

 

De igual modo, para Lyotard (1992) la modernidad ha sido derrotada y ya no se confía en sus pretendidos intentos de dar respuesta filosófica, técnica y política por medio de metarelatos o metanarrativas, basados en una metafísica objetivista, pues los que tenían la razón podían imponerla a los que no la tenían, con las respectivas cruces, hogueras, guillotinas, Gulag y tormentas del desierto, en caso de oposición, tal como lo ha analizado Foucault (1979, 2005).

 

Según Tillich, "la epistemología, el conocimiento del conocimiento, es una parte de la ontología, la ciencia del ser, ya que el conocimiento es un acontecimiento en el seno de la totalidad del acontecer. Toda aserción epistemológica es implícitamente ontológica" (Tillich, 1972: 99). De este modo resulta evidente que una compresión metafísica u ontológica como a la que se está llegando en la posmodernidad (posmetafísica), afectará la forma en que entendemos el proceso de conocer y a la epistemología misma.

 

Tal como lo expone claramente Rojas Osorio (2002), a quien seguimos en este párrafo muy de cerca, Nietzsche sería el que planteó la radical perspectiva, que impera en la posmodernidad, de que nuestras categorías filosóficas serían meras ficciones que fraguamos desde el lenguaje para metaforizar la realidad, de tal modo que solo contamos con metáforas y, por lo mismo, únicamente con interpretaciones, y según Foucault (2005), Derrida (1972) y Vattimo (1995, 2010), interpretaciones de interpretaciones, sin comienzo ni fin, sin que haya un primer referente desnudo de toda interpretación. La gramática nos jugaría pesadas bromas y nos haría creer que porque hay sustantivos, hay sujetos. Las mismas categorías de la lógica, como el famoso principio de no contradicción, no son sino ficciones útiles (basadas siempre en axiomas indemostrables, como quedó irrefutablemente planteado en el Teorema de Gödel (1981, Cf. Hofstadter, 1979), para ámbitos incluso como las ciencias duras) que hemos confundido con necesidades absolutas del pensamiento. Del mismo modo, la verdad en sí, desde esta perspectiva, no sería sino una metáfora más que ha perdido su vitalidad, una moneda gastada que ha perdido su efigie y su brillo. Las verdades, en esta línea, serían "falsificaciones útiles" necesarias para la vida. Los seres humanos (en especial los filósofos y teólogos, pero también científicos, como los estudiosos de la cosmología) habrían pretendido imaginar un mundo verdadero, pero hoy sabríamos que no es más que ficción. Pero con el mundo verdadero cae también el mundo aparente, de tal modo que la máscara no remite a un rostro tras él. No hay un original. Hay copias, pero las mismas son copias de copias sin que podamos jamás confrontarlas con una supuesta realidad primigenia. Solo existen interpretaciones. Ellas son parte de un juego de fuerzas, y cuando combatimos no es por las ideas, los ideales, sino que se trata siempre de un combate de fuerzas. Una fuerza dominante impone su interpretación. Pero no por ello es más verdadera que aquélla que fue sometida.

 

En palabras de Vattimo:

 

La metafísica, que empezó con la idea de que la verdad es objetividad, se concluye con el «descubrimiento» de que la objetividad es algo que el sujeto pone, y de que ese sujeto, a su vez, se convierte en un objeto manipulable. El efecto de todo ello es que la metafísica se refuta a sí misma precisamente cuando ella misma se cumple, al reducir todo el Ser a la objetividad. Desde ese momento, no podemos ya pensar en el Ser como en un objeto que se nos da ante los ojos de la razón -al menos porque, si así lo hiciésemos, habríamos de negar luego que nuestra propia existencia (hecha de proyectos, recuerdos, esperanzas y decisiones) sea «Ser» (puesto que no es nunca pura «objetividad») (Vattimo, 2003: 24).

 

4.2.- Neurociencias, constructivismo y construccionismo social

 

En las últimas décadas se han realizado descubrimientos importantes en el campo de las neurociencias que informan de la altísima complejidad de los procesos cognoscitivos y de la imprecisión que presentarían los modelos representacionales (muy ligados a la metafísica objetivista) que describen la mente desde metáforas mecánicas o computacionales, y su funcionamiento a través de representaciones simbólicas o lógicas de la "realidad externa" que debe aprehender por medio de los sentidos.

 

Tal como lo ha explicado Francisco Varela (1990, 1996, 2005), el desarrollo de las ciencias cognitivas ha permitido llegar a una compresión de los procesos de conocimiento que se aleja de la perspectiva occidental tradicional (moderna), de tal modo que la cognición es así entendida como la emergencia de estados globales en una red de componentes simples, y su funcionamiento se desarrolla a través de reglas locales que gobiernan las operaciones individuales y de reglas de cambio que gobiernan la conexión entre los distintos elementos cerebrales (Cf. Varela, 1990). Es por ello que podríamos plantear que el mundo en que vivimos estaría surgiendo o sería modelado en vez de ser/estar predefinido, por lo cual la noción de representación ya no puede desempeñar un papel explicativo adecuado. Varela (Ibíd.) nos dice que tanto Heidegger, Merleau-Ponty como Foucault se interesan en la interpretación, entendida como la actividad circular que eslabona la acción y el conocimiento, al conocedor y al conocido en un círculo indisociable. Sin embargo, Varela prefiere hablar de "enacción" para referirse al proceso cognoscitivo humano, ya que la circularidad interpretativa involucraría una total circularidad de la acción/interpretación. De ahí que la cognición se entendería como acción efectiva, como la historia del acoplamiento estructural que enactúa (hace emerger) un mundo (y el sí mismo o self), a través de una red de elementos interconectados capaces de cambios estructurales durante una historia ininterrumpida, y que funciona adecuadamente cuando se transforma en parte de un mundo de significación preexistente, o configura uno nuevo3.

 

Del mismo modo, Varela junto a Maturana (1980, 1997, 2003), plantean desde el estudio biológico de la experiencia del conocimiento humano, el hecho de que "todo lo dicho es dicho por alguien. Toda reflexión trae un mundo a la mano y, como tal, es un hacer humano por alguien en particular en un lugar particular" (Maturana y Varela, 2003: 14). Desde aquí, Maturana desarrolla la concepción de "objetividad entre paréntesis", en especial en su libro La Objetividad: un argumento para obligar (Maturana, 1997) cuyo título hace clara referencia al hecho, innegable históricamente, que el poseer un punto de referencia objetivo, fijo, inamovible o absoluto, se ha ligado a la coerción, la opresión, el autoritarismo. Maturana incorpora una importante distinción entre objetividad trascendental (sin paréntesis) y objetividad constitutiva (con paréntesis). La objetividad trascendental según Maturana es ciega en tanto no reconoce el hacer del observador sobre la realidad, y por otro lado, a partir de la objetividad constitutiva el ser explica la realidad como aquello originariamente construido por él y considera sus capacidades cognitivas como fenómenos biológicos que surgen en el vivir.

 

Siguiendo esta línea, el construccionismo social, al igual que el constructivismo (que en cierto modo es el que siguen inicialmente Varela y Maturana) hacen hincapié en que no existirían garantías objetivas y metafísicas fundamentadoras del conocimiento, del mismo modo, ambos conciben el saber como una construcción y rehúsan definir el conocimiento como el reflejo fiel de una realidad o de un mundo independiente de nosotros (concepción característica del modernismo), rechazando así el dualismo sujeto/objeto. Sin embargo, en el construccionismo social, los conceptos con que se denominan tanto el mundo como la mente se definen como constituidos desde las prácticas discursivas sociales, no teniendo el estatus ontológico que parecen atribuirles los constructivistas, porque pertenecerían a prácticas sociales discursivas y serían, por lo tanto, constituidos, discutidos y negociados en el lenguaje. Según Gergen (1996), el constructivismo está ligado aún a la tradición occidental del individualismo en la medida en que describe la construcción del saber a partir de procesos intrínsecos al individuo, mientras que el construccionismo social, por el contrario, busca remontar las fuentes de la acción (y la explicación) humana a las relaciones sociales. En ese sentido es que él afirma: "la construcción del mundo no se sitúa en el interior de la mente del observador, sino más bien, en el interior de diferentes formas de relación" (Gergen, en Elkaim, 1996: 3), por tanto, del discurso social, de las narrativas coconstruidas.

 

4.3.- Hacia una deconstrucción narrativa del trauma

 

4.3.1.- Identidad y construcciones

 

Con qué contamos:

 

Con el instante presente

 

... y las narraciones sobre nuestro pasado o re-presentaciones (volver al presente)

... y las narraciones sobre nuestro futuro o pro(e)yecciones4  (lanzar hacia adelante)

 

Recordados e imaginados como construcciones socio-afectivas... pero en el instante presente.

 

La vida conciente humana está caracterizada de modo central por su temporalidad e historicidad (Heidegger, 1951; Ricoeur, 2008; Vattimo, 1991). La experiencia sensorial y afectiva en el ser humano es mediada desde el inicio del lenguaje por las narraciones respecto a nuestro pasado y lo que imaginamos que será nuestro futuro, en base a nuestras experiencias pasadas y las explicaciones que hemos dado de ellas.

 

Para poder ayudar a una persona a superar el recuerdo de los eventos traumáticos (que ya no existen de modo concreto, pero sí como narración presente o disponible), se debe facilitar la construcción (o reconstrucción) de nuevas narrativas de los hechos (o "hechos" recordados-interpretados) que sean alternativas más saludables a los relatos anteriores y signifiquen reconceptualizaciones del yo y del ser-en-el-mundo (siguiendo nuevamente a Heidegger).

 

Paul Ricoeur, citando a Hannah Arendt, dice: "todos los dolores pueden ser llevaderos si los colocas dentro de una historia o cuentas una historia acerca de ellos" (Mena, 2006: 29). Luego añade: "la vida en sí misma está en búsqueda de narrativa, porque procura descubrir un patrón que le permita lidiar con la experiencia de caos y confusión" (Mena, 2006: 31), lo cual resulta sumamente relevante en los casos de pérdidas o experiencias traumáticas.

 

Todas las personas requerimos de lo narrativo, alegórico o poético, pues es uno de los modos en los que podemos acceder y comunicar, en especial, lo afectivo, que constituye un aspecto central en el ser humano como organismo relacional.

 

Cylurnik nos dice que un golpe puede hacer daño, pero es la representación narrativa del golpe lo que causa el trauma psicológico (Cyrulnik, 2003). El ser humano no solo siente dolor, sino que lo sufre, es decir, lo percibe, lo interpreta, y es en este proceso donde la narrativa puede cumplir una función fundamental de restauración, pues al transformar la desdicha en relato (cuento, testimonio, canto, poema o lienzo pintado), la persona se logra distanciar de ella haciéndola soportable, o más bien logra que la memoria de la desdicha del evento traumático se "metamorfosee" en narración propia de tal modo que la persona se apropia de sus emociones en ese acto (Cyrulnik, 2001).

 

Es G. Arciero (2006, 2009, 2010) quien en la actualidad ha estado desarrollando un modelo que incorpora la teoría narrativa en la psicoterapia (y por tanto respecto al abordaje de lo traumático) dentro de un marco ontológico y epistemológico posmoderno, al plantear siguiendo muy de cerca a Heidegger (1951) y a Ricoeur (2008), que la relación entre la experiencia actual e inmediata del Sí mismo (ipseidad) y la sedimentación cognitivamentemente mediada del Sí mismo (mismidad) que cambia lentamente con el paso de la vida, es una de las grandes dialécticas que caracteriza la estructura ontológica del ser humano.

 

En cuanto a la relevancia de lo narrativo, Arciero plantea que en toda persona es permanente una "composición y recomposición de la identidad propia, como se evidencia en la configuración narrativa de los roles y los distintos personajes que pueblan el relato Sí mismo" (Arciero, 2006: 71). En la misma línea expresa esta relevancia en los siguientes aportes:

 

La reconstrucción de los acontecimientos en la historia de una vida, mientras se integra el sentir y el actuar en una co-nexión narrativa (entrelazadas con experiencias posibles y con aquellas ya hechas) proporciona al protagonista de tales sucesos, la identidad y la estabilidad del Sí mismo en el tiempo. Siguiendo las huellas de Paul Ricoeur consideramos la construcción de la identidad personal como un proceso de interpretación, apropiación y reconfiguración de la experiencia pre-reflexiva (Arciero, 2010: 7-8).

 

Este mismo autor también plantea que el lenguaje desempeña un rol clave para la apropiación del significado de la propia experiencia y la comunicación de sentido. De ahí que captar el significado de una frase correspondería a la capacidad de comprender la propia experiencia de un modo simultáneo, pues el contenido de sentido, que actualizado momento a momento (la ipseidad) sería lo que permite comprender la experiencia. De ahí que podemos plantear que es la narrativa la que tiene el poder de reconfigurar en el ámbito lingüístico lo que ocurre en el ámbito del actuar y del sentir, componiendo y re-componiendo lo que ya es pre-reflexivamente manifiesto (Arciero, 2010).

 

4.3.2.- Ejemplos de deconstrucción narrativa del trauma

 

Un ejemplo histórico de una narrativa deconstructiva de lo traumático, como lo son la pobreza extrema, la depresión, la injusticia social, la persecución ideológica, etc., lo encontramos en las famosas "bienaventuranzas" pronunciadas por Jesús de Nazaret, quien, en este caso, es leído simplemente como un referente histórico específico, independiente de las connotaciones religiosas que pueda tener su persona para los distintos trasfondos culturales, teológicos o eclesiales.

 

La breve locución registrada es la siguiente:

 

Dichosos los pobres de espíritu, porque el reinado de Dios les pertenece. Dichosos los afligidos, porque serán consolados. Dichosos los desposeídos, porque heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque se llamarán hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa del bien, porque el reinado de Dios les pertenece5.

 

En este texto se observa un variado número de condiciones psicosociales de adversidad que son paradójicamente instaladas de modo narrativo en un plano inverso, de tal modo que el sujeto que las asume como parte de su propia trama narrativa personal, integra de modo positivo tanto eventos del pasado, como las experiencias presentes y las posibles (y anticipadas6 ) situaciones futuras.

 

Observemos a continuación un cuadro que muestra el proceso deconstructivo de la breve locución, siguiendo los diagramas presentados en la primera parte del texto:

 

Cuadro 1: Mirada deconstructiva a las Bienaventuranzas (Cruz Villalobos, 2009b, p. 40)

deconstrucciones_trauma_4_400_01

 

En la vida del mismo Jesús de Nazaret observamos múltiples experiencias adversas, traumáticas y de pérdida,que son asumidas dentro de una narrativa mayor de carácter existencial y propositiva, que le permiten ser uno de los individuos que ha tenido más influencia en la cultura a nivel mundial en toda la historia7.

 

Un segundo ejemplo que mencionaremos corresponde a dos constructos recientes dentro del campo de las ciencias sociales, que han implicado un gran desarrollo heurístico, especialmente en la última década; nos referimos a la resiliencia y el crecimiento postraumático.

 

En el campo de las ciencias médicas y psicosociales, se pensó por mucho tiempo que las personas que vivían desde su niñez sometidas a situaciones de sufrimiento o trauma (pobreza, marginalidad, maltrato, pérdidas importantes, etc.) estaban "condenadas" a ser individuos con limitaciones crónicas para lograr una vida plena, es decir, se pronosticaba la mantención de la "deformación biopsicosocial" (siguiendo una metáfora física) ejercida sobre sus estructuras internas por la presión exterior traumática. En las últimas décadas este tema se ha planteado de modos nuevos, pues se ha observado que las experiencias adversas en la vida no necesariamente obstaculizan el desarrollo humano. Estudios internacionales e interculturales que se han hecho a través de varios años (investigaciones longitudinales) ofrecen evidencia clara de que muchas personas -incluso los que están y han estado expuestos a múltiples y severos riesgos y experiencias de gran estrés en la vida- pueden llegar a ser adultos seguros de sí, competentes y caritativos (Werner y Smith, 1992; Cruz Villalobos, 2007).

 

A fines de la década del setenta, se iniciaron investigaciones vinculadas al concepto de resiliencia en el ámbito de las ciencias sociales. La discusión en torno a este concepto comenzó en el campo de la psicopatología, en el cual se constató que algunos de los niños criados en familias en las cuales uno o ambos padres eran alcohólicos, y que lo habían sido durante el proceso de desarrollo de sus hijos, no presentaban carencias en el plano biológico ni psicosocial, sino que por el contrario, alcanzaban una adecuada calidad de vida (Werner y Smith, 1977, 1992, 2001).

 

Se han desarrollado una gran cantidad de definiciones de este concepto, dentro de las cuales podemos destacar las siguientes (Cf. Cruz Villalobos, 2009a):

 

Vanistendael, 1994, 2003: Se distinguen dos componentes: la resistencia frente a la destrucción, es decir, la capacidad de proteger la propia integridad, bajo presión y, por otra parte, más allá de la resistencia, la capacidad de forjar un comportamiento vital positivo, pese a las circunstancias difíciles. Una definición pragmática: la resiliencia es la capacidad de una persona o de un sistema social para desarrollarse y crecer en presencia de grandes dificultades. Constituye un proceso continuo durante toda la vida, en una interacción permanente entre la persona (o el sistema social) y su entorno.

Yates y Luthar, 2009: Proceso de desarrollo dinámico en el que el individuo es capaz de utilizar los recursos dentro y fuera de sí para negociar los desafíos actuales de manera adaptativa y, por extensión, para desarrollar una base sobre la cual apoyarse cuando se producen desafíos futuros.

 

Del mismo modo que la resiliencia ilustra procesos psicosociales de deconstrucción del trauma, mostrando cada vez mayores evidencias de que las experiencias de adversidad extrema pueden ser superadas en ciertas condiciones de presencia de recursos ecológicos y personales, el concepto de crecimiento postraumático, muy asociado al anterior, plantea la posibilidad de salir adelante de las experiencias adversas, enfatizando de un modo particular el hecho de que muchas personas sometidas a eventos traumáticos, no solamente se reponen y logran recuperar su estado previo (como se ve en la resiliencia), sino que aprenden mucho de aquellas experiencias traumáticas y salen positivamente fortalecidos al superarlas, sobrepasando los niveles de desarrollo personal previos (Calhoun y Tedeschi, 1999).

 

Tedeschi y Calhoun (2000) han identificado algunos resultados propios de lo que sería el crecimiento postraumático, como por ejemplo: incremento en la apreciación del valor de la vida; aumento de la fortaleza personal; robustecimiento de las relaciones personales, particularmente con las más significativas; apreciación de nuevas posibilidades que ofrece la vida; cambios positivos en el plano espiritual.

 

El crecimiento postraumático es visto, desde variados modelos, como un proceso de construcción y reconstrucción (deconstrucción diríamos aquí) de significados respecto al evento traumático, significados que puedes abarcar situaciones específicas o la globalidad de la experiencia vital, y que implican el desarrollo de nuevas capacidades de afrontamiento positivo de futuras adversidades semejantes o distintas (Acero, 2009).

 

Es evidente que las personas que sufren eventos traumáticos experimentan emociones negativas y altos niveles de estrés; sin embargo, el estado de sufrimiento intenso no es incompatible con el crecimiento personal, sino todo lo contrario, ya que se ha observado que en muchos casos, sin la presencia de las emociones negativas el crecimiento postraumático no se produce (Calhoun y Tedeschi, 1999). La experiencia de crecimiento postraumático no elimina el sufrimiento; de hecho suelen coexistir, pero resulta sumamente esperanzador constatar datos que indican, por ejemplo, que del 100% de las personas que reconocen algún efecto negativo del hecho traumático vivido, el 60% son capaces de reconocer algún efecto positivo de la experiencia adversa sobre sus vidas. La perspectiva del crecimiento postraumático es un enfoque que no pretende hacer cambiar la idea básica del carácter negativo de las situaciones traumáticas, pero sí ver que es posible encontrar, especialmente de modo narrativo, otros elementos que no sean solo los negativos (Tedeschi, et al., 1998, 2000; Pérez Sales, et al., 2006).

 

Vivir una experiencia traumática es quizá una de las situaciones que más aportan a la vida de una persona. Sin quitar un ápice de la severidad, gravedad y horror de estas vivencias, no podemos olvidar que es en situaciones extremas cuando el ser humano tiene la oportunidad de volver a construir su forma de entender el mundo y su sistema de valores, de manera que en esta reconstrucción puede darse un aprendizaje y un crecimiento personal (Vera, et al., 2006: 47).

 

Estos son algunos ejemplos de cómo el trauma psicosocial puede ser deconstruido en la vida de personas (parejas, familias, comunidades, naciones) de las cuales no se esperaría más que la perpetuación de la tragedia y el dominio de la psicopatología; sin embargo observamos transformación, esperanza, recuperación e, incluso, crecimiento personal y social, posterior al trauma.

 

 

5. Conclusión

Un hombre es un hombre

en cualquier parte del universo

si todavía respira.

No importa que le hayan

quitado las piernas

para que no camine.


No importa que le hayan

quitado los brazos

para que no trabaje.


No importa que le hayan

quitado el corazón

para que no cante.


Nada de eso importa,

por cuanto,

un hombre es un hombre

en cualquier parte del universo

si todavía respira

y si todavía respira

debe inventar unas piernas,

unos brazos, un corazón

para luchar por el mundo.

José María Memet/La misión de un hombre que respira

 

Deconstruir el trauma, dejarlo girando sin definición estática en la narrativa del sujeto, el cual se puede saber constructor de nuevos horizontes; leer el trauma en clave posmoderna, no como estructura estática ni como decantada realidad estable, sino como experiencia viva, como acontecimiento, comprendiendo que

 

El acontecimiento es irreductible; me siento inclinado a decir que es la auténtica forma de irreductibilidad en sí. Y lo irreductible resiste la contracción a una u otra forma finita, busca liberarse de los recipientes finitos en los que le han depositado, no pidiendo ser contenido por ellos: esto es lo que queremos decir cuando hablamos de acontecimiento... ¿Qué otra cosa es la deconstrucción sino el trabajo de analizar fenómenos que contienen lo que no pueden contener para liberar el acontecimiento que (aun sin poder contenerlo) efectivamente contienen? (Caputo, 2010: 84, cursiva del original).

 

En el presente trabajo solo se ha querido abrir un tema y una aproximación particular al mismo, dejando pendiente su profundización y sistematización para próximos trabajos del autor. Para concluir queremos resaltar el hecho de que la posmodernidad nos permite contemplar de modo polisémico la experiencia y sus explicaciones, y por lo mismo, un abordaje tanto deconstructivo como narrativo al trauma resultan factibles y de gran ayuda, particularmente en contextos de gran adversidad como los que sufren muchas personas, y en tiempos tan violentos y traumáticos como los que nos toca vivir, directa o virtualmente, a todos.

 

El campo heurístico del trauma psicológico y, especialmente, de la resiliencia y el crecimiento postraumático son grandes, en particular desde los enfoques psicológicos que transcienden los modelos puramente positivistas, al abordar la multiforme y compleja realidad del sufrimiento humano y su afrontamiento (este acontecer); de allí que perspectivas como las del constructivismo, el construccionismo social y la fenomenología hermenéutica resulten prometedoras para estos campos, como aquí hemos querido dejar breve constancia. 

 

 

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Notas

 

1) Esquemas tomados de Cruz Villalobos, L. (2009b), pp. 20-22.

 

2) Para esta y la siguiente sub-sección Cf. Cruz Villalobos, L. (2010).

 

3) Si se aplica este planteamiento a áreas como la comunicación, esta ya no consistiría en la transferencia de información del emisor al receptor, sino que se convierte en la "modelación mutua" de un mundo común a través de una acción conjunta, de tal modo que el acto social del lenguaje daría existencia a nuestro mundo como lo vivimos. (Cf. Varela, 1990). Todo esto está muy en la línea de los conceptos de Dasein y de ser-en-el-mundo de Heidegger (1951).

 

4) Se emplea el término proyección con (e) para distinguirlo del uso freudiano.

 

5)Mateo 5:3-10. Versión de Alonso Schökel, L. (1994).

 

6)En cuanto al tema de la anticipación, vinculada al trauma, resultaría sumamente relevante abordar la Teoría de los Constructos Personales de G. Kelly (1950), quien presenta al ser humano como un sujeto instalado en el futuro, desde la predicción o anticipación de los eventos. Cf. para una revisión reciente del modelo: Fancella, F. (ed.) (2003).

 

7)Un ejemplo emblemático del efecto que han tenido las palabras de Jesús de Nazaret en la vida de individuos, lo tenemos en el Apóstol Pablo (Saulo de Tarso), como queda claramente testimoniado en una de sus cartas:

 

Procuramos no dar a nadie ocasión alguna para desacreditar nuestro ministerio. En todo nos acreditamos como ministros de Dios: con mucha paciencia, en medio de tribulaciones, penurias, angustias, azotes, cárceles, motines, fatigas, desvelos y ayunos; con integridad, penetración, paciencia y bondad; con Espíritu Santo, amor no fingido, mensaje auténtico y fuerza de Dios. Usando las armas de la justicia a diestra y siniestra. En la honra y en la deshonra, en la buena y en la mala fama. Como embusteros que dicen la verdad, como a desconocidos que son bien conocidos, como muertos y estamos vivos, como escarmentados pero no ejecutados, como tristes y siempre alegres, como pobres que enriquecen a muchos, como necesitados que lo poseen todo (2 Corintios 6:3-10).Otros ejemplos que podemos citar, entre muchos, son investigaciones recientes realizadas que abordan el efecto de las narrativas bíblicas en el afrontamiento de la adversidad extrema: Cf. McGrath, J.C. (2006); Ting, R. (2007); Birnbaum, A. (2008).