Introduccion

 

El campo de la medición del bienestar y la pobreza ha estado dominado por el enfoque neoclásico, en el que se asume que el ingreso (o el Producto Interno Bruto, PIB) es la variable que mejor representa la utilidad (entendida como estados placenteros de la mente). Ante las limitaciones de este enfoque, el tema sobre las medidas alternativas del bienestar ha estado presente en siglo XX1.

 

Este artículo pretende mostrar la importancia que tiene el recurso del tiempo en el bienestar de la población. Para ello se discuten las principales críticas hechas desde el pensamiento económico tradicional, las cuales señalan que una de las principales limitaciones de los modelos econométricos ha sido la omisión de la dimensión del tiempo en la función de utilidad, aspecto que también ha sido característico en la medición de la pobreza. Se presenta también el debate que se ha dado, dentro de los estudios de pobreza, sobre la dificultad de medir el bienestar basado en medidas relacionadas con el tiempo requerido para satisfacer necesidades humanas, vinculadas con la reproducción familiar y social, así como con la carencia de tiempo libre2. Posteriormente se discuten las principales características de los escasos métodos de medición de la pobreza que incorporan al tiempo en la medición, haciendo énfasis en el índice de exceso de tiempo de trabajo (ETT). Basándose en él, al final de este artículo, se calcula la pobreza de tiempo en México y se ilustra cómo impacta el nivel de pobreza cuando se pasa de una medida de ingreso a una de ingreso-tiempo.

 

El papel del tiempo en el modelo económico neoclásico

 

La disponibilidad de tiempo ha sido abordada por la economía neoclásica como una de las restricciones que impone, en la participación laboral, la necesidad de realizar trabajo doméstico, cuidado de menores, educarse y llevar a cabo actividades relacionadas con el ocio; no obstante, en materia de pobreza, se suele ignorar el impacto negativo que la carencia de tiempo tiene en la satisfacción de las necesidades humanas cotidianas. Como veremos más adelante, por lo general se ha argumentado que este recurso es difícil de medir y, por tanto, se rechaza su incorporación a los indicadores de pobreza y desigualdad.

 

La ausencia de la variable tiempo en la medición de la pobreza puede deberse a que ella ha estado dominada por la teoría económica convencional, la cual supone que los individuos tienen la opción de obtener un nivel de bienestar más elevado (medido en términos de utilidad o ingreso) dedicando un mayor tiempo al trabajo y sacrificando el destinado al ocio, o viceversa. De esta forma, la pobreza de tiempo se vuelve irrelevante en la medida en que los individuos supuestamente tienen la libertad de elegir trabajar más tiempo para tener un mayor ingreso, de acuerdo a sus preferencias. Sin embargo, con ello los economistas no reconocen que los individuos carecen de libertad, en la medida en que pueden mantener insatisfechas sus necesidades humanas preponderantes3  y, por tanto, no pueden optar a más tiempo libre. Al respecto, Deaton y Muellbauer, sobresalientes exponentes de la teoría del consumidor, aceptan que "los hogares con un presupuesto que sólo permita adquirir los mínimos tendrán que hacerlo así o dejar de existir" (Boltvinik, 2007: 62).

 

Por otra parte, los economistas tradicionales suponen que una vez llegado a cierto nivel de ingreso, los individuos optan por un mayor tiempo libre, no obstante, aun en sociedades en las que el nivel de bienestar es alto, sigue persistiendo una sensación de escasez de tiempo (Goodin, 2008). Para explicar esto podemos retomar a Linder (1970)4 , quien planteó que lo anterior se debe a que los economistas han supuesto (y por tanto han hecho creer) que la utilidad se obtiene al momento mismo en que la oferta se cruza con la demanda, asumiendo que el consumo es instantáneo y que, por tanto, no se requiere tiempo para realizarlo. Sin embargo, continúa el autor, para que la utilidad (definida por él como el bienestar material y espiritual) se pueda alcanzar, se requiere de tiempo para consumir el bien. Al elevarse el número de bienes comprados, se incrementa el tiempo requerido para consumirlos, pero la limitada disponibilidad de este recurso (todos contamos con 24 horas al día), significa que la opulencia resultante es parcial y no total, y toma la forma solo de acceso a bienes. Por tanto, para Linder, la opulencia total es una falacia lógica.

 

Por lo tanto, podemos afirmar que existe una restricción real en términos humanos, para consumir, en un tiempo limitado (24 horas, una vida, etc.), una cantidad de bienes ilimitada. En la actualidad existe una disociación entre vida útil del bien y el tiempo que los individuos hacen uso de éste. Ello es producto de la sociedad de consumo en la que vivimos. Podríamos llegar a preguntarnos, por ejemplo, ¿cuántos pares de zapatos un individuo puede gastar a lo largo de su vida v/s cuántos pares de zapatos adquiere una persona en su vida? De igual forma, en la sociedad actual, cada día aparece un mayor número de cursos para mejorar aptitudes. Se nos exige también tener hobbies, ver la televisión, ir al cine, a los museos, hacer viajes, etc. Se ha vuelto más importante cuántas veces se ha realizado alguna actividad que si ésta se disfrutó.

 

Pero en materia de pobreza de tiempo, son otros elementos los que afectan el bienestar social. La complejidad de las ciudades obliga a pasar más horas en el transporte, las jornadas laborales no se han reducido de manera acorde con los desarrollos tecnológicos y, como señaló De Grazia (1994 [1962]: 397) "si bien un ama de casa estadounidense de mediados del siglo XX disponía de una fuerza equivalente hasta de 90 sirvientes (convertidos en aparatos), ello no parecía haber reducido en igual magnitud el trabajo doméstico."

 

Linder (1970) critica las herramientas utilizadas por los economistas tradicionales cuando analizan el incremento en los niveles de utilidad-bienestar; ya que en éstas no se consideran las tensiones que se generan al interior de los individuos al aumentar de manera indiscriminada la disposición de bienes, en un contexto de escasez de tiempo para consumirlos. Los economistas a los que ese autor se refiere, suponen que un crecimiento en el ingreso nacional provoca (automáticamente) un incremento en el bienestar general y, por tanto, recomiendan que para alcanzar un mayor nivel de bienestar se tiene que forzar, por todos los medios, el crecimiento económico (medido en término de ingreso o número de bienes). De esta forma, este autor se convierte en uno de los pocos economistas tradicionales que tiene interés en cuestionar la idea de progreso, en la medida en que establece que la abundancia puede tener consecuencias humanas negativas (ya que aumenta la escasez de tiempo), y ecológicas por el agotamiento de recursos naturales al tratar de elevar la producción ad infinitum, aún cuando se presentan rendimientos marginales decrecientes en la utilidad.

 

Al extender las críticas de Linder a los métodos de medición de la pobreza, se puede decir que por lo general, en éstos se asume que los hogares sólo requieren de un nivel dado de ingreso para satisfacer sus necesidades, sin tomar en cuenta que la satisfacción de ciertas necesidades requiere de la disponibilidad de tiempo. Por ejemplo, en materia de alimentación, se requiere no sólo de la compra de los insumos (alimentos crudos), sino también tiempo para su preparación y consumo.

 

Estas limitaciones fueron señaladas por Becker (1965), quien planteó que los integrantes de los hogares requieren de tiempo disponible para realizar diversas actividades que quedan fuera del ámbito mercantil, sin las cuales los individuos no podrían participar en el mercado laboral. Puntualizó que existe un costo monetario para las actividades "no productivas" (que quedan fuera del mercado), el cual debe ser considerado en la función de utilidad de los hogares, ya que el tiempo dedicado a éstas podría haber sido utilizado productivamente. Becker (1965) supone que los hogares son unidades tanto productivas como maximizadoras de utilidad y que toman las decisiones de acuerdo con el beneficio de todos. Critica a los economistas que separan de manera tajante la producción del consumo, al suponer que la primera ocurre en las empresas, y lo segundo en los hogares. De acuerdo con Becker (1965: 496), "un hogar es realmente una ‘pequeña fábrica': combina bienes, materias primas y trabajo para limpiar, alimentar, procrear y producir bienes útiles". El enfoque del ingreso total, es decir, el que podrían obtener los hogares si sus adultos se dedicaran las 24 horas del día a trabajo remunerado, permite, según este autor, unificar el tratamiento de todo tipo de sustituciones entre ingreso pecuniario y no pecuniario, independientemente de su naturaleza o si éste se deriva del trabajo remunerado o del realizado en el hogar. Sostiene que, si bien el costo de oportunidad del llamado "consumo productivo" (dormir, comer y hasta jugar), ha sido considerado en el pensamiento económico, este no había sido incorporado en el análisis de la toma de decisiones en el hogar y, por tanto, se pasa por alto que los miembros del hogar que son relativamente más eficientes en las actividades de mercado usarán menos de su tiempo en las relacionadas con el consumo y viceversa (Becker, 1965). Sin menoscabo a las críticas que se han realizado a este enfoque5, lo que importa resaltar aquí es que a pesar de que en la teoría económica tradicional se ha señalado la importancia que tiene el tiempo como recurso de los hogares, la forma dominante de medir la pobreza ha quedado relegada de la propia teoría que la sustenta. Como veremos a continuación, si bien en la literatura sobre conceptos y métodos de medición de la pobreza, el tiempo ha sido largamente reconocido, su incorporación continúa siendo eludida en la mayoría de las propuestas metodológicas.

 

El recurso tiempo conceptualmente reconocido y generalmente eludido en la medición

 

En América Latina el estudio pionero de Oscar Altimir (1979), que dio origen al método de medición de la pobreza por ingreso, utilizado hasta nuestros días por la CEPAL (Comisión Económica para América Latina), contenía los fundamentos teóricos para que el tiempo fuera incorporado en la medición. Este autor afirmaba que "los hogares solventan sus necesidades mediante la aplicación de sus recursos (tiempo, habilidades, empresas o activos para generar ingresos o venderlos para financiar gastos de consumo)" (Altimir,1979: 21) y que "los hogares cuentan con el recurso constituido por el tiempo y las habilidades de sus miembros, que pueden aplicar a actividades remunerativas o a otros quehaceres, dentro del condicionamiento impuesto tanto por los mercados de trabajo como por el medio social" (Altimir,1979:20). Sin embargo, consideró que aún cuando "la medición de la pobreza sobre la base de una definición multivariada tenga en cuenta diferentes dimensiones del bienestar es posible" (p. 24), optó por un método de medición basado exclusivamente en el ingreso bajo el argumento de que "existen dificultades en la agregación de indicadores múltiples del nivel de vida en uno solo indicador" (Altimir, 1979: 25).

 

Algunos enfoques han incorporado de manera indirecta indicadores relacionados con la disponibilidad de tiempo en los hogares. Sin embargo, este recurso no ha sido claramente reconocido como parte integral en la medición de las carencias padecidas por los hogares. En esta situación se encuentra el indicador de privación social elaborado por Townsend, en 1979 (y desarrollos posteriores), en el que incluyó preguntas relacionadas con el tiempo libre6. La propuesta fue criticada por no permitir distinguir si los hogares no realizaban algunas actividades debido a la falta de ingreso o por preferencias individuales. Esta misma crítica se puede extender pensando que no se puede determinar si la no realización de ciertas actividades se debe a la falta de disponibilidad de tiempo (Townsend, 1993)7.

 

Por otra parte, si bien con base en los planteamientos de Becker se desarrollaron algunos intentos por medir la pobreza de tiempo, el impacto que tuvieron en la determinación del nivel de pobreza fue muy escaso. En los años setenta del siglo XX, Vickery (1977), como también Garfinkel y Haveman (1977), propusieron formas alternativas para medir la pobreza oficial en Estados Unidos. Ambos autores consideraron la carencia/disponibilidad de tiempo-adulto para la determinación del nivel de ingreso que los hogares puede generar, una vez cubiertas sus necesidades de trabajo doméstico y cuidado de menores. Sin embargo, sus propuestas fueron ignoradas por completo durante varios años, y fue hasta mediados de la década de los noventa, que en una nueva revisión del método oficial de ese país retomaron sus trabajos, reconociendo que "dos familias con similares recursos económicos pueden tener una vasta diferencia en recursos de tiempo, la que de alguna manera debe ser tomada en cuenta para determinar su bienestar material" (Citro y Michael, 1995: 422). Pero a pesar de reconocer que el "tiempo es dinero", el comité encargado de la revisión no llegó a un acuerdo de cómo incorporar el tiempo en la medición de la pobreza y, por tanto, invalidaron los esfuerzos de Vickery y Garfinkel y Haveman.

 

Desde otra perspectiva, autores como Whiteford y Hicks (1993), han calculado la cantidad de ingreso que potencialmente puede compensar la falta de tiempo libre para el cuidado de menores en el hogar. Estos autores elaboraron líneas de pobreza con base en una CNS (Canasta Normativa de Satisfactores). Ella incluye una cantidad de dinero adicional que compensa, supuestamente, la menor disponibilidad que tienen los adultos en hogares monoparentales para esas dos actividades, en comparación con los que viven en hogares en donde se tiene la presencia de ambos padres. Los autores concluyen:

 

[...] si una madre o padre soltero desea tener un estándar de vida modesto pero adecuado, y tener la misma cantidad de tiempo libre que disfruta una madre que trabaja tiempo parcial en una familia biparental, entonces se requiere duplicar la tasa salarial estimada para obtener dicho estándar de vida. Aún cuando así ocurra, los niños en una familia monoparental seguirán teniendo solo la mitad del tiempo que potencialmente un adulto puede dedicarles, en comparación con el que pueden disfrutar los menores en familias con los dos padres. Si la madre quisiera compensar a sus hijos por el efecto de lo anterior, entonces la tasa salarial tendría que incrementarse una vez más (Whiteford y Hicks, 1993: 234-235).

 

Si bien estos autores señalan las diferencias en los hogares de acuerdo a su disponibilidad de tiempo adulto, asumen que este recurso puede ser enteramente sustituido por dinero. Dicho supuesto es falso en la medida en que una mayor cantidad de ingreso no puede sustituir las necesidades de afecto, pertenencia y seguridad, que requieren ser desarrolladas mediante el contacto humano, lo cual implica disponer de tiempo para ello.

 

Las trasformaciones de la vida urbana y la creciente incorporación de la mujer al mercado laboral, han hecho más evidente que las carencias de tiempo afectan el bienestar de los hogares y, por tanto, ha crecido el interés por que esta problemática sea captada en la medición. A nivel internacional, el trabajo de Vickery ha sido el que mayor impacto en los estudios de pobreza de tiempo ha tenido. Varios autores han retomado su método y lo han modificado para adecuarlo a las nuevas realidades en distintos países (Dothitt, 1993; Burchardt, 2008; Zacharias, et al., 2012). Sin embargo, como veremos, su propuesta tiene algunas limitaciones8.

 

Se ha señalado que son particularmente vulnerables los hogares con elevados requerimientos de trabajo doméstico y cuidado de menores, aunque cada día se vuelve más relevante la problemática de los hogares con presencia de enfermos, discapacitados y adultos mayores. La pobreza de tiempo también se presenta en hogares que requieren dedicar un tiempo excesivo al trabajo extradoméstico, debido sobre todo a los bajos salarios percibidos por los ocupados en el hogar (Damián, 2005). Cabe resaltar que la mayoría de los nuevos estudios son bidimensionales, es decir, incluyen además del tiempo, al ingreso para determinar el nivel de pobreza (Burchardt, 2008; Goodin y coautores, 2008).

 

Desde una perspectiva latinoamericana, el único método que ha incorporado la dimensión del tiempo es el de la medición integrada de la pobreza (MMIP), que incluye además al ingreso en su medición (línea de pobreza, LP), y a las carencias, medidas con el método de necesidades básicas insatisfechas (NBI). La propuesta fue elaborada por Boltvinik (1992), recogiendo la experiencia desarrollada en el marco del Proyecto Regional para la medición de la pobreza en América Latina del PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo). No obstante, Boltvink superó la propuesta del PNUD, ya que originalmente sólo se incluyeron las dimensiones de LP y NBI para medir la pobreza en diversos países latinoamericanos (Argentina, Bolivia, etc.), mientras que el MMIP incluye la variable de tiempo. Antes de pasar a explicar el indicador utilizado para calcular la carencia por esta dimensión, en la siguiente sección expondremos las bases teóricas de su planteamiento.

 

 

El tiempo como fuente de bienestar y como indicador de pobreza

 

En su revisión crítica sobre los métodos de medición, Boltvinik (1992; 2005) ha señalado que el desinterés por medir el impacto de la escasez de tiempo en el bienestar se deriva del concepto ideal de hogar, utilizado por los economistas de la corriente principal. Ellos asumen que todos los integrantes del hogar son adultos (asalariados o empresarios), realizan todas sus comidas fuera del hogar y contratan todos los servicios relacionados con el trabajo doméstico (lavado, planchado y aseo del hogar). Por tanto, los requerimientos de tiempo para trabajo doméstico son igual a cero, necesitándose tan solo tiempo para el trabajo remunerado y el ocio. De esta forma se asume que las actividades realizadas por los individuos se llevan a cabo de manera exclusiva en la esfera del mercado: la venta de fuerza de trabajo y la compra de mercancías; sin que se requiera tiempo para el consumo. Para Boltvinik, esta postura ha llevado a suponer que los hogares son unidades que ofrecen fuerza de trabajo y realizan el consumo de productos, mientras que las empresas se especializan en la producción y comercialización de los bienes, y el estado queda relegado a un papel de árbitro entre los agentes sociales, no obstante ser el responsable de proveer bienes públicos y servicios colectivos. El autor señala que este modelo tiene serias dificultades para funcionar en la realidad, sobre todo por la existencia de hogares con requerimientos de crianza de menores, en donde la intervención de la fuerza de trabajo familiar es prácticamente inevitable y, aunque el empleo de servidores domésticos o la crianza de menores en establecimientos especializados pueden disminuir la restricción de los adultos para participar en el mercado laboral, se requiere asignar tiempos mínimos de convivencia que aseguraren la unidad del núcleo familiar.

 

En su planteamiento sobre la existencia de seis fuentes de bienestar con las que los hogares satisfacen sus necesidades, Boltvinik (1992) incluye al tiempo disponible para educación, recreación, descanso y tareas domésticas. Las otras fuentes de bienestar son: el ingreso corriente (monetario y no monetario), los derechos de acceso a servicios o bienes gubernamentales de carácter gratuito (o subsidiado), la propiedad o los derechos de uso de activos que proporcionan servicios de consumo básico (patrimonio básico), los niveles educativos, las habilidades y destrezas (no entendidas como medios de obtención de ingreso, sino como expresiones de la capacidad de entender y hacer), la propiedad de activos no básicos y la capacidad de endeudamiento del hogar.

 

Desde mi punto de vista, dado que la satisfacción de todas las necesidades humanas requiere de la inversión de tiempo personal, considero éste la fuente preponderante y, por tanto, la escasez/disponibilidad del mismo se convierte en un factor determinante para evaluar el bienestar de los hogares.

 

Boltvinik (1992) plantea que las fuentes de bienestar tienen distinto grado de sustitución; por ejemplo, con un ingreso alto se pueden sustituir, mediante mecanismos de mercado, algunos derechos de acceso a bienes o servicios gubernamentales, tales como salud y educación. Sin embargo, la falta de tiempo no puede ser suplida de manera total por otra fuente de bienestar. Con ingresos adicionales no se puede sustituir la falta de tiempo para la recreación: nadie puede ver por nosotros una obra de teatro; de igual forma, si no están desarrolladas las redes básicas de agua, no será posible o será muy caro acceder a dicho servicio y muchas veces implicará una mayor inversión de tiempo ante la necesidad de acarreo de agua. Por otra parte, no tener acceso a servicios de educación y de salud públicamente proveídos, puede conllevar a un mayor tiempo de dedicación en actividades generadoras de ingreso y, por tanto, reducir la disponibilidad de tiempo personal.

 

El tiempo, además, está distribuido socialmente de manera desigual. Siguiendo a este mismo autor, podemos decir que el bienestar en una sociedad depende del nivel y distribución (entre personas) de las seis fuentes de bienestar y, en el caso del tiempo libre:

 

[...] depende de las costumbres sobre la duración de la jornada de trabajo, sobre los descansos semanales y anuales, inversamente de los ingresos del hogar (los hogares con problemas de ingresos se verán impulsados a intentar alargar las jornadas de trabajo o a incorporar más miembros a dicha actividad) y de preferencias individuales (Boltvinik, 2000: 5).

 

Asimismo, la necesidad de tiempo para la recreación varía de acuerdo con la edad de los miembros del hogar, siendo mayor para los niños y adolescentes que para los adultos. Una de las críticas que hace Boltvinik a los enfoques tradicionales de medición de la pobreza, y que es relevante para este tema, se relaciona con la determinación de los umbrales y el conjunto de satisfactores definidos para medir las carencias en cada una de las dimensiones de la pobreza. Los métodos tradicionales generalmente establecen los umbrales de satisfacción considerando solo las necesidades materiales y fisiológicas. El de línea de pobreza con mucha frecuencia sólo incluye la nutrición e incluye únicamente alimentos crudos (objetos) como satisfactores de ésta necesidad, ignorando los elementos requeridos para el abasto, la preparación y el consumo de éstos (gas, estufa, utensilios de cocina, etc.). También pasa por alto el tiempo que se requiere en el hogar para realizar todas las actividades individuales y familiares relacionadas con la alimentación (cocinar, comer, hacer las compras, etc.). Este recorte es similar al que se hace en la medición en la que se deja fuera otro conjunto amplio de necesidades, cuya satisfacción es indispensable para llevar una vida digna y plena, por ejemplo: las emocionales (afecto, amistad, amor, sexo), las de desarrollo y autorrealización. No obstante, se hace un doble recorte, ya que tales actividades requieren tiempo libre para su satisfacción. La diferencia entre los enfoques tradicionales y el de Boltvinik se ejemplifica en el cuadro 1, que no pretende ser exhaustivo, pero muestra con claridad las necesidades (sombreadas en gris) que suelen considerar éstos, frente a la propuesta de este autor, cuyo espectro de necesidades (las enunciadas sin sombrear) es más amplio.

 

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La segunda columna del cuadro contiene los satisfactores que se deberían considerar en la medición de la pobreza. Una vez más, se aprecia que los enfoques tradicionales tienen una lista estrecha, que incluye tan solo objetos (bienes y servicios, sombreados en gris), y deja fuera otros satisfactores requeridos para cubrir las mismas necesidades: las relaciones con otras personas, las actividades y las habilidades de los sujetos. De igual forma, los enfoques dominantes solo consideran los recursos que pueden traducirse a dinero (ingreso corriente, activos básicos y no básicos, acceso a bienes y servicios gratuitos), y deja de lado otras fuentes de bienestar utilizadas por los hogares para satisfacer necesidades, tales como el tiempo, los conocimientos y las habilidades que no se traducen en dinero (tercera columna). Podemos constatar en el cuadro que el tiempo es con mucha frecuencia la fuente o recurso principal para satisfacer las distintas necesidades, no obstante, no se incluye en la medición.

 

Para superar las deficiencias de los métodos tradicionales, Boltvinik elaboró el método de medición integrada de la pobreza (MMIP) que, como mencionábamos, combina el método de LP y de NBI, convirtiéndose además en el primero de América Latina en considerar un índice de pobreza de tiempo, el de exceso de tiempo de trabajo (ETT)9.

 

La concepción del MMIP estuvo guiada por los principios de integralidad e interdependencia en la satisfacción de necesidades, lo que implica que todas están interrelacionadas entre sí, y por tanto, no se puede considerar que una esté satisfecha, sin que a la vez el resto lo estén. De ahí que no solo se requiera de ingreso, tiempo o acceso a los servicios básicos, sino de la satisfacción de todas las necesidades y en sus distintas dimensiones. Los desarrollos teóricos realizados de manera posterior a la elaboración del MMIP, han llevado a Boltvinik (2005) a proponernos ampliar la mirada sobre la concepción de la pobreza, centrándonos más en el florecimiento humano10. Una vez alcanzado un nivel digno de satisfacción en el conjunto de necesidades, se sentarán las bases para que los individuos alcancen el florecimiento humano.

 

Desde esta perspectiva, la disponibilidad de tiempo se vuelve un elemento fundamental, en tanto que una elevada proporción de los seres humanos experimenta una profunda insatisfacción en torno a la actividad que realiza durante su tiempo de trabajo. Las horas libres constituyen el espacio para alcanzar el florecimiento humano. No se desconoce que durante las horas libres pueden desarrollarse actividades alienantes y enajenantes (por ejemplo, ver televisión de escasa o nula calidad; véase Damián, 2007). Pero además nos enfrentamos con otra limitación para que el tiempo libre se transforme en el espacio para el florecimiento: el agotamiento del trabajador. No puede negarse que después de largas jornadas de trabajo y extenuantes trayectos de trasporte, difícilmente el tiempo restante (o libre) puede ser aprovechado de manera plena por los individuos para desarrollar sus capacidades y potencialidades humanas.

 

Como veremos en la siguiente sección, la mayoría de los índices que hasta ahora miden la pobreza de tiempo, buscan establecer un umbral máximo de número de horas que "humanamente" es posible para ser dedicado por los adultos a trabajo doméstico (incluyendo el cuidado de otros en el hogar) y remunerado, sin que sean considerados pobres de tiempo. Por tanto, el tiempo para alcanzar el florecimiento humano es irrelevante. Esta situación es muy distinta a la postura que se asume al medir este fenómeno con el índice de Exceso de Tiempo de Trabajo (ETT), que se analiza en la penúltima sección.

 

¿Cómo se ha medido la pobreza de tiempo?

 

La mayoría de los métodos que incluyen al tiempo para medir la pobreza son bidimensionales, al incluir también al ingreso11. Vickery (1977) fue pionera en los estudios de la pobreza de tiempo, al desarrollar un índice para determinar el estándar generalizado de pobreza. Éste toma en cuenta, por un lado, los requerimientos de tiempo para el cuidado personal, el trabajo doméstico (que incluye además de los quehaceres el cuidado de menores y la administración del hogar), y el tiempo requerido para trabajo extradoméstico; por otro lado, el ingreso mínimo necesario para satisfacer un conjunto de necesidades básicas12. En cuanto al establecimiento de las normas de tiempo, Vickery las fijó suponiendo que dado el bajo nivel normativo de ingreso, los hogares no pueden adquirir en el mercado bienes y servicios que sustituyan el trabajo doméstico y, por tanto, todos los alimentos tendrían que ser preparados en casa. Se entiende que no habría lavadora ni automóvil. Con ello, la autora extendió al máximo el número de horas que los adultos podrían dedicar al trabajo doméstico y extradoméstico (trabajo socialmente necesario, TSN) en caso de que sus ingresos fueran bajos, estableciendo la norma de tiempo en 86.6 horas a la semana. Con ello, redujo a una cantidad mínima el tiempo libre (diez horas a la semana), supuesto muy alejado de la realidad de la sociedad norteamericana a la que hacía referencia13.

 

La propuesta metodológica de Burchardt (2008) es similar a la de Vickery, tanto en su procedimiento como en sus bases teóricas, al sustentarse en el modelo de organización de los hogares de Becker, pero incorpora el concepto de capability de Sen, en el sentido de considerar que los hogares tienen un conjunto de combinaciones de ingreso-tiempo entre las que elegirán la que más utilidad les genere según sus preferencias (capability set)14. Una de las novedades de Burchardt es que realizó distintos ejercicios, tomando normas absolutas basadas en expertos, y relativas, estableciendo como umbral de tiempo requerido el 50%, 60% y 80% de la media observada en las encuestas de hogares. Al igual que Vickery, tiene el interés por resaltar dos problemas de clasificación que se cometen al utilizar los métodos unidimensionales. Éstos son: 1) cuando el ingreso es la única variable, algunos hogares quedan clasificados como no pobres, a pesar de que sus miembros, para escapar de la pobreza, deben trabajar jornadas laborales por arriba de las normas legales o socialmente reconocidas; y 2) cuando el tiempo es la única variable, algunos hogares aparecen como pobres al trabajar más horas de las necesarias para no serlo, pero no deberían ser clasificados de esta manera porque los adultos prefieren tener mayor ingreso que tiempo libre. La preocupación por estos errores de clasificación, que comparten con Goodin et al. (2008), se debe a que los autores pretenden identificar a los hogares que reciben ayudas gubernamentales sin que "las merezcan" o viceversa.

 

Goodin et al. (2008) intentan además sustituir el ingreso por el tiempo como medida de justicia social; no obstante, se ven en la necesidad de partir del ingreso disponible de los hogares para compararlo con una línea de pobreza y así determinar el tiempo que normativamente se requiere dedicar a trabajo extradoméstico, a fin de evitar la pobreza. Construyen una medida de tiempo "discrecional", esto es, un tiempo en el que, aunque parezca que los individuos están trabajando más tiempo del necesario, en realidad este "exceso de dedicación al trabajo" corresponde a actividades elegidas libremente por los individuos. Para determinar la cantidad de tiempo discrecional (que denominan autonomía temporal), establecen normas para cubrir las necesidades de trabajo extradoméstico, doméstico, cuidado personal y de los menores. Sin embargo, su procedimiento llevó a una minimización de las normas, sobrestimando la autonomía temporal (Damián, 2010)15.

 

Todos los métodos de medición de la pobreza de tiempo, incluyendo el ETT, consideran el número de horas adulto-disponible en el hogar, y las determinan con base en las edades mínima y máxima (normativas) para la participación en el trabajo socialmente necesario (TSN, doméstico y extradoméstico). La edad mínima corresponde a la permitida legalmente para el ingreso al mercado laboral en cada país y, en lo que se refiere a la máxima, fluctúa de 60 a 69 años, y corresponde a la edad de retiro de los trabajadores. Una vez calculado el número de horas-adulto disponibles en el hogar, se compara con el de las horas requeridas (o dedicadas) a trabajo extradoméstico, doméstico (incluyendo el cuidado de menores y en ocasiones de adultos y enfermos), trasporte, cuidado y arreglo personal, sueño y comidas. El tiempo libre es un factor residual y sirve para diferenciar a los pobres de los no pobres de tiempo.

 

Tanto Burchardt como Goodin y coautores trasladan el enfoque relativo de ingreso a la determinación de las normas de tiempo, sin realizar reflexión alguna sobre la distinta naturaleza de estas dos fuentes de bienestar y el papel que cada una juega en la satisfacción de necesidades humanas. Con ello, se llega a normas absurdas en algunas dimensiones del bienestar, que los autores tienden a ignorar o minimizar. Por ejemplo, Goodin, et al. (2008: 50) señalan:

 

La mediana del tiempo que en los hechos la gente dedica a cuidado personal en los países en estudio es de alrededor de 70 horas a la semana; establecer una ‘línea de pobreza [de tiempo] para cuidados personales' a la mitad de ese valor, implicaría que la gente necesitaría estrictamente cinco horas al día para dormir, comer, arreglarse, etc. Eso sería ridículamente bajo.

 

Ante tal absurdo, los autores fijan como norma 80% de la mediana, quedando en sólo ocho horas diarias para realizar estas actividades, lo que "suena como justo sólo para un sueño corto por la noche, un baño rápido y comidas corriendo. Todo sería muy apresurado; pero hay que recordar, añaden, que las estimaciones de lo que es ‘mínimo necesario' tienen que ser bajas" (Damián, 2010: 51). Burchardt realiza un cálculo similar, pero su norma relativa entra en contradicción absoluta, para la cual los expertos recomiendan que los adultos duerman ocho horas diarias en promedio y, por tanto, no habría tiempo para el resto de las actividades relacionadas con el cuidado y aseo personal. Es un error asumir que el enfoque relativo ofrece parámetros de lo necesario, ya que fácilmente se incurre en umbrales insuficientes para evitar el daño grave, como plantean Doyal y Gough (1991) en torno a la satisfacción de necesidades. Si una persona no duerme lo suficiente, y hace todo de prisa, está más propensa a sufrir y causar accidentes. Por lo tanto, la norma de Goodin et al. y de Burchardt, deja de tener validez para medir la privación en términos de tiempo.

 

Para la fijación de umbrales en la medición bidimensional de la pobreza de ingreso-tiempo por lo general los autores asumen, implícita o explícitamente, que los miembros del hogar utilizan el tiempo de manera ineficiente, es decir, que dedican más del tiempo estrictamente necesario al trabajo doméstico, extradoméstico y actividades de mantenimiento físico. Además, suponen que la escasez de tiempo libre se debe a que los individuos prefieren un mayor ingreso que el necesario y, por tanto, la pobreza en la dimensión de tiempo se torna casi irrelevante. Goodin et al. 2008 y Burchardt, 2008 identifican entre 3 y 10% de pobreza de tiempo para los países desarrollados que estudian, y consideran que el sentimiento generalizado de escasez de tiempo en esos países se debe a un problema de percepción.

 

Una de las contribuciones de los métodos bidimensionales es asumir que los hogares requieren tanto ingreso como tiempo para satisfacer sus necesidades y que ninguno de estos recursos es suficiente por sí mismo para que los hogares escapen de la pobreza. A continuación expondremos las principales características del indicador de tiempo del MMIP, el cual se utiliza para ajustar el ingreso (al alza o a la baja), de acuerdo con la condición de pobreza de tiempo, antes de compararlo con una línea de pobreza (LP), resultando en una medida de ingreso-tiempo, que se combina además con el indicador de NBI.

 

 

El índice de exceso de tiempo de trabajo (ETT) y su aplicación al caso de México

 

La determinación de normas para el componente de tiempo del MMIP reconoce un mínimo humanamente digno para la satisfacción de necesidades. De esta forma, el índice de exceso de tiempo de trabajo, ETT, considera al menos ocho horas diarias para dormir, además de otras dos para el cuidado y arreglo personal. Para el cálculo de la pobreza toma en cuenta el tiempo dedicado por todos los miembros del hogar (de 12 años o más de edad) a trabajo extradoméstico, y establece una norma para ser dedicada a la educación (para las personas en edad de estudiar y las que declaran estar realizando esta actividad) y al traslado de ida y vuelta al trabajo y a la escuela. Se incluye además el tiempo para el trabajo doméstico y cuidado de menores (de hasta diez años de edad en el caso de estar presentes en el hogar)16. Si bien la cantidad de tiempo libre es residual, la diferencia con los métodos bidimensionales es que la norma de tiempo que los adultos del hogar pueden dedicar a trabajo doméstico y/o extradoméstico está basada en la legislación mexicana, donde se establece que la jornada máxima de trabajo es de 48 horas a la semana. Por tanto, en el planteamiento de Boltvinik, los adultos podrían disfrutar de hasta 44 horas de tiempo libre a la semana. Esta norma contrasta fuertemente con la de Burchardt y Goodin, quienes asumen que el tiempo libre de los adultos puede ser igual a cero. Debemos recordar que, para estos autores los no pobres de tiempo pueden ser personas que dedican ocho horas diarias para dormir, comer y realizar las actividades de cuidado y arreglo personal.

 

Es conveniente señalara que en el MMIP, la norma de tiempo requerido para trabajo doméstico en el hogar está en función de su tamaño y de la intensidad con la que se realiza este tipo de trabajo17. Cabe aclarar que las normas de tiempo requerido para trabajo doméstico fueron determinadas de manera intuitiva. Ya no existía información en México sobre el uso del tiempo en los hogares al momento en que este método se elaboró. Sin embargo, los parámetros normativos utilizados fueron evaluados y se encontró que reflejan las prácticas sociales observadas en el país. Además, esta revisión me permitió modificar el índice para que reflejara de mejor manera el esfuerzo realizado por los hogares en materia de tiempo dedicado a TSN (Damián, 2005), quedando la fórmula general del ETT de la siguiente manera: 

 

ETTj= ((Wj) + (RJTDj - JSDj)) / kj*W*

                                              | donde

 

ETTj: Exceso de tiempo de trabajo en el hogar j

Wj: Horas semanales totales trabajadas extradomésticamente por todos los miembros del hogarj de 12 años y más

RJTDj: Horas requeridas para trabajo doméstico

JSDj: Horas de trabajo doméstico contratadas

W*=48: Norma de horas de trabajo que pueden ser dedicadas a la semana a trabajo doméstico y/o extradoméstico

kj*: número de personas en el hogar j que están disponibles para trabajar18

 

De esta manera, el indicador muestra el esfuerzo relativo desplegado por los hogares para obtener el ingreso corriente y cubrir sus necesidades de trabajo doméstico y cuidado: mientras mayor es dicho esfuerzo, menor es, caeteris paribus, el tiempo disponible para descanso, educación y recreación. El ETT toma valores de cero a dos, ubicándose la norma en uno; los hogares con este valor de ETT dedican un tiempo normativo a TSN durante la semana; cuando es mayor a uno, los hogares son pobres de tiempo, lo que significa que trabajan en exceso para satisfacer sus necesidades de ingreso y para cubrir las de trabajo doméstico y cuidado de menores en el hogar. Cuando el indicador es menor a uno, los hogares son no pobres de tiempo y pueden disfrutar un buen número de horas a tiempo libre.

 

El cuadro 2 muestra la pobreza de tiempo en México en 2010, e incluye también información sobre la pobreza por ingreso, utilizando la LP del MMIP, y la de ingreso-tiempo, que resulta de combinar ambas dimensiones. Se puede ver que la pobreza de tiempo afecta a la mitad de la población, y que el estrato de mayor proporción es el de la moderada19 (30.9%), seguida por la indigencia20  (11.5%) y, por último, por la pobreza intensa21(7.9%). En cuanto a los estratos de no pobreza de tiempo22, tenemos que la clase media es la de mayor volumen (32%), seguida por los hogares que apenas satisface las normas de tiempo (SAR, 10.3%) y, por último, se encuentra la clase alta con apenas 7.3% de la población.

 

Es importante señalar que Damián (2005), mostró que el ETT clasifica con bastante precisión a los hogares según su condición de pobreza de tiempo, aún cuando en su elaboración no se recurre a información de cómo utilizan los hogares este recurso. La autora aplicó el índice a la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares en México (ENIGH), clasificando a los hogares según su pobreza de tiempo y, posteriormente, comparó el número de horas promedio reportada por los adultos a TSN y al resto de las actividades cotidianas según un módulo especial sobre uso de tiempo, levantado en la misma encuesta. Así encontró que, cuando se trata de hogares pobres de tiempo, dedican más horas a TSN (27%) y menos a actividades como educación (15%), recreación y cuidado y arreglo personal (alrededor de 10% menos) en comparación con los no pobres de tiempo.

 

Por otra parte, la pobreza por ingreso es mucho más elevada que la de tiempo (73.9% frente a 50.3% de la población), como lo es también la intensidad de la carencia, ya que la indigencia representa 39.2 % y la clase alta es casi inexistente (0.8%). Para construir el indicador de pobreza de ingreso-tiempo, el ingreso de los hogares se ajusta dividiéndolo por el índice de exceso de tiempo de trabajo, antes de compararlos con la LP. Cuando el ETT es igual a uno, los hogares no son pobres de tiempo y, por tanto, su ingreso queda intacto; cuando el índice de tiempo es superior a uno, los hogares presentan carencias para cubrir sus necesidades de TSN y, por tanto su ingreso se reduce, asumiendo con ello que el exceso de tiempo dedicado al trabajo tiene un costo en términos de bienestar. Ahora bien, cuando el ETT es inferior a uno, significa que los hogares tienen un "exceso" de tiempo libre, lo que se traduce en un mayor bienestar y, por tanto el ingreso aumenta, para reflejar esta situación23 .

 

Como se observa en el cuadro, la pobreza total aumenta al combinar las dos dimensiones (ingreso y tiempo), llegando a 78.5% de la población y la indigencia a 45.5%, lo que significa que existen muchos hogares que no son tan pobres desde el punto de vista del ingreso, pero ello es posible sólo a través de un uso excesivo de su fuerza de trabajo. La pobreza intensa queda casi sin cambio y la moderada se reduce ligeramente. Entre los estratos de la no pobreza hay dos cambios importantes. Por un lado, el porcentaje del estrato de los hogares que apenas cubren las normas (SAR) se reduce en seis puntos porcentuales en relación a la pobreza por ingreso, mientras que la clase alta aumenta de 0.8% a 2.3% en la dimensión de ingreso-tiempo. De esta forma se observa una situación inversa a la anterior, existen hogares que gozan de un tiempo libre por arriba de la norma, que les brinda un mayor bienestar que lo que refleja su condición cuando sólo se mira el ingreso.

 

 

damina-_cuadro_21_400

 

 

Para mostrar los movimientos que ocurren desde los estratos de ingreso hacia los de ingreso-tiempo se presenta el cuadro 3. Como se observa, el grueso de la población se queda en el mismo estrato, y cuando los hogares sufren algún cambio, es porque se hace evidente que su situación es peor de lo que muestra la pobreza al medirla sólo por ingreso. De esta manera, en el estrato de pobreza intensa, 70.4% de población se queda sin cambio y el resto (29.6%) pasa a formar parte de la indigencia al considerar las dos dimensiones (ingreso-tiempo). Cabe aclarar que no se observa "mejoramiento" en la condición de los estratos de pobreza por ingreso, ya que éste no se ajusta cuando los hogares presentan carencia por esta dimensión pero no por tiempo (ver nota 21).

 

Es en los estratos de no pobreza sí encontramos cambios en ambos sentidos. Por ejemplo, 20% de la población del estrato con satisfacción de requerimientos de ingreso (SARI) se ubica en pobreza moderada al combinar el ingreso con el tiempo; en cambio, 10.6% pasa a formar parte de la clase media y 3.5% pasa a la clase alta. Es importante resaltar, que son marginales los cambios desde la clase media o alta hacia los estratos de pobreza. Los movimientos que se observan en la clase media son sobre todo el estrato con satisfacción de requerimientos de ingreso-tiempo, SARIT (17.9%) y en menor grado hacia la clase alta (12.4%). En esta última los cambios se dan hacia el estrato inmediatamente inferior, es decir, hacia la clase media.

 

damian-_cuadro_3_400

 

Reflexiones finales

 

Aún cuando son pocos los enfoques que incluyen la dimensión del tiempo para medir la pobreza y el bienestar, en este trabajo hemos mostrado que los esfuerzos realizados hasta ahora constituyen un avance importante. El ETT es un índice que supera el minimalismo de los enfoques tradicionales y economicistas, y tiene la ventaja frente a las otras propuestas de reconocer que todos los seres humanos tienen derecho al tiempo libre, en cantidad suficiente para desarrollar actividades propias que le procuren bienestar más allá del ingreso, aspecto que está presente en las legislaciones nacionales y en la declaratoria universal de derechos humanos. De esta manera el índice se convierte en un indicador de las condiciones de escasez de tiempo y agotamiento que enfrenta actualmente la fuerza de trabajo y sus familias.

 

Un aspecto fundamental de este enfoque es que hace extensivo el derecho al tiempo libre para todos los individuos del hogar, al tratar de la misma forma el tiempo máximo que una persona puede dedicar a trabajo, ya sea doméstico y/o extradoméstico, con ello se reconoce de manera implícita que las mujeres (quienes realizan la mayor parte de este trabajo) también tienen derecho al descanso y al desarrollo de actividades propias durante el tiempo libre.

 

No obstante, una de las limitantes de la mayoría de los índices de pobreza de tiempo, desarrollados hasta ahora e incluyendo al ETT, es que el cálculo se hace a nivel de hogar, asumiendo implícitamente que las tareas (domésticas y extradomésticas) se distribuyen en acuerdo mutuo o de manera equitativa a su interior. No obstante, la pobreza de tiempo afecta de manera importante la calidad de vida de las mujeres, sobre todo las que participan en el mercado laboral, ya que ellas continúan por lo general ocupándose de la organización y realización del trabajo reproductivo dentro de la familia. Es por esta razón que debe elaborarse una propuesta metodológica que permita visualizar esta problemática.

 

Hemos visto además que el ETT sirve como herramienta para evaluar las diferencias en la disponibilidad del recurso tiempo entre hogares con el mismo nivel de ingreso, lo que los ubica en distintos niveles de bienestar. Con ello queda develado que una parte importante de los individuos de nuestra sociedad está obligada a dedicar una cantidad sustancial de su tiempo de vida en conseguir los medios necesarios para sobrevivir y que el esfuerzo que realizan muchas veces queda velado cuando sólo se utiliza la dimensión de ingreso o de NBI para medir el bienestar. Es importante destacar que el supuesto que manejan los autores de los métodos bidimensionales (Vickery, Burchardt y Goodin) sobre la existencia de un conjunto de opciones de ingreso-tiempo entre las cuales los individuos pueden elegir de manera libre de acuerdo a sus preferencias, es un espejismo de elección. Sobre todo si consideramos las actuales circunstancias de crisis y falta de empleo que aquejan a nuestra sociedad. No podemos dejar de señalar además que su enfoque es minimalista, en tanto que solo considera el tiempo para cubrir las necesidades que aseguran la reproducción material y el mantenimiento de la eficiencia física, con lo que se ignora el tiempo requerido para cubrir otras necesidades como las emocionales o de autorrealización.

 

Cabe resaltar que los nuevos enfoques de medición multidimensional desarrollados desde el enfoque de capacidades de Sen también son omisos a esta problemática. No se puede soslayar que la pobreza de tiempo limita de manera seria las posibilidades de desarrollo de las capacidades y potencialidades humanas, ya que reduce la libertad que tienen las personas para elegir actividades valiosas a lo largo de sus vidas.

 

 

Referencias Bibliograficas

 

 

Notas

 

1) Uno de los documentos que más impacto ha tenido sobre la opinión pública es el "Report by the Commission on the Measurement of Economic Performance and Social Progress" (Stiglitz, Sen y Fitoussi, 2009), pero también las críticas al enfoque dominante hechas por Amartya Sen han influido en la discusión reciente del tema.

 

2) Rodulfo J. Prieto (2012) hace una revisión sobre las limitaciones de la idea de utilizar el tiempo dedicado a actividades placenteras como indicador de bienestar, propuesto por Kahneman y Krueger.

 

3) Maslow (1987 [1954]: 17-23) identificó las necesidades humanas que requieren ser satisfechas para que los individuos puedan llevar una vida sana desde el punto de vista material, social y psicológico. Estas necesidades las ordenó de manera jerárquica, siendo las de mayor preponderancia las fisiológicas (como el hambre, frío, aseo, etc.). Este conjunto de necesidades deben ser satisfechas para que surgen en el individuo otras de mayor jerarquía como las de seguridad, afecto, autoestima y estima. La necesidad más elevada es la de autorrealización. Incluye también las necesidades estéticas pero no forman parte de la jerarquía. Si las necesidades más preponderantes, como las fisiológicas están insatisfechas el resto no se desarrollara (o se desarrollan de manera deficitaria).

 

4) Es importante señalar que Linder fue pionero en el análisis de las limitaciones del modelo económico, sus aportaciones y marcos teóricos siguen siendo vigentes y han servido de base para desarrollos posteriores.  

 

5) Becker ha sido criticado desde los enfoque de género, bajo el argumento de que es falso suponer que las decisiones tomadas al interior del hogar son en beneficio de todos, ya que unos miembros ejercen poder sobre otros y toman las decisiones buscando la maximización del beneficio propio. La propuesta también ha sido criticada por no considerar cabalmente el papel del estado en la determinación de las condiciones que enfrentan los individuos cuando toman sus decisiones, sobre todo en materia de regulación del mercado laboral y en la provisión de servicios y beneficios sociales (que incluyen los asociados al cuidado de menores, acianos y enfermos), entre otras, condiciones que influyen en el nivel de participación laboral (Burchardt, 2008). Otra debilidad importante del modelo es que supone que los hogares tienen la libertad de elegir entre dedicar mayor tiempo al trabajo o a otras actividades (trabajo doméstico u ocio), con el fin de aumentar su bienestar, con lo que se desconocen las restricciones que enfrentan para ello en el mercado laboral. Es difícil hablar de elección en hogares con recursos insuficientes para cubrir necesidades básicas (alimentación, vestido, vivienda). Como se verá más adelante, algunas propuestas de medición de la pobreza de tiempo reproducen este mismo error. 

 

6) Las preguntas fueron si los hogares habían tenido una semana de vacaciones en los últimos 12 meses; si los adultos habían invitado a algún amigo a la casa en las últimas cuatro semanas; si habían salido fuera con un amigo en ese mismo periodo de tiempo; si habían tenido una tarde o noche de entretenimiento en la última semana (Townsend, 1979).

 

7) Siguiendo la tradición de Townsend, Gordon et al (2000) realizaron un estudio que incluyó, además de indicadores de tiempo libre, otros sobre equipo ahorrador de trabajo doméstico. Además, se incorporó la percepción de la población acerca de si los bienes (o actividades) los consideraba necesarios para la mayoría de la población, con lo que se superó la cuestión de si la falta de estos se debía a carencia de ingreso mas no de tiempo, por lo que todavía se puede considerar incompleto este enfoque.

 

8) Para una revisión crítica véase también Damián, 2005.

 

9) El índice ha permitido analizar la pobreza de tiempo en México desde los años noventa, véase Damián, 2005.

 

10) El concepto de florecimiento humano proviene de la filosofía analítica y es similar al de autorrealización de Maslow (1987 [1954]), quien plantea que una vez satisfechas las necesidades fisiológicas (como el hambre), aparecen en el individuo otras de mayor jerarquía entre las que se encuentran la seguridad, el afecto, la estima y autoestima y, finalmente, la autorrealización. El florecimiento humano se refiere a la necesidad que surge en el individuo para llevar a cabo la actividad para la cual tiene vocación, o la que más les satisface. Mediante ésta pone en práctica todas sus capacidades humanas (escribir poesía, pintar, investigar, crear, tocar instrumentos musicales, etc.).

 

11) Por limitaciones de espacio no podré ser exhaustiva en la revisión de las propuestas metodológicas presentadas aquí, no obstante, pueden consultarse algunas de ellas con más detalle en Damián (2010).

 

12 )Para esta dimensión Vickery utilizó el método oficial de línea de pobreza Estados Unidos, que estima lo necesario para vivir a partir del costo de una canasta de alimentos que cubren los requerimientos nutricionales mínimos en periodos de emergencia.

 

13) La encuesta utilizada por la autora muestra que en promedio los adultos dedicaban a tiempo libre un poco más de 30 horas a la semana y que las diferencias no eran muy fuertes por niveles de ingreso.

 

14) Esta idea está implícita en Vickery (1977), pero al momento de elaborar su índice, Sen no había desarrollado su idea de las capabilities. 

 

15) Los autores calculan la pobreza de tiempo en seis países desarrollados, cuya selección estuvo determinada por la disponibilidad de datos sobre uso de tiempo (de finales de los noventa y principios de la primer década de 2000 e incluyen a Estados Unidos, Australia, Alemania, Francia), Suecia y Finlandia.

 

16) Cabe aclarar que el ETT requiere incorporar el cuidado de ancianos, enfermos y discapacitados. Esta omisión se debe a que en la literatura socioeconómica y demográfica el tiempo que toma llevar a cabo esta actividad no había tomado relevancia, no obstante, cada día son mayores las evidencias de que en un futuro no muy lejano se vivirán serios retos en la materia. Para un análisis comprensivo ver Durán Heras, 2012. 

 

17) La intensidad del trabajo doméstico está en función de la necesidad de acarreo de agua, de la disponibilidad de equipo ahorrador de trabajo doméstico en el hogar (refrigerador, lavadora, vehículo de motor y licuadora) y de la presencia (o no) de menores de hasta diez años de edad, considerando su asistencia a la escuela.

 

18) Las personas disponibles de tiempo completo (48 horas a la semana) para trabajo doméstico y/o extradoméstico son las de 15 a 69 años de edad, excluyendo incapacitados y una fracción del tiempo disponible (28 horas) de los que declaran estar estudiando. Se incluye una fracción de tiempo que puede ser dedicado a trabajo doméstico por parte de la población de 12 a 14 años (seis horas a la semana) y por parte de las de 70 a 79 años (24 horas), aunque este tiempo puede ser dedicado también a trabajo extradoméstico (ver Damián, en prensa).

 

19) Satisfacen más de dos terceras partes de las normas, pero menos del 100%.

 

20) Cubren menos del 50% de las normas de requerimiento de tiempo para TSN.

 

21) Hogares cuyos requerimientos de tiempo están cubiertos entre 50% y 66%.

 

22) Los que tienen satisfacción de necesidades cubre 100% de las normas y rebasan hasta un 10%, la clase media satisface más del 10% de las normas, pero su disponibilidad de recursos no es superior al 50% de éstas y la clase alta tiene una satisfacción de más del 50% de las normas.

 

23) Cabe aclarar que cuando los hogares resultan pobres por ingreso pero no por tiempo, el ajuste mencionado no se realiza, ya que el ingreso de esta población se elevaría (al ser el ETT menor a 1), lo que equivaldría a suponer que con el "exceso" de tiempo libre los pobres de ingreso podrían adquirir bienes y servicios que los sacaría de su condición de pobreza por ingreso, lo cual es incorrecto. De esta forma, el ingreso de ese tipo de hogares se deja intacto al compararlo con la LP; con ello se asume que el exceso de tiempo libre, cuando hay pobreza de ingreso, se debe a la falta de empleos disponibles para la población, postura que contrasta con el resto de los autores, quienes supones que esta situación se da por cuestiones de preferencias.